Entre la frase de
Séneca “peor que la guerra es el temor a la guerra” y esta de Clausewitz “la
guerra es la continuación de la política pero con otros medios” han pasado 1766
años. Y estas frases resumen, desde mi punto de vista, la
evolución de la guerra y de la violencia organizada. Clausewitz aporta desde
el conocimiento, su experiencia de y en
las guerras Napoleónicas libradas en el ejército prusiano de Federico II
El Grande, teniendo como referencia los movimientos revolucionarios que
tuvieron lugar en Europa en el entorno de 1830 , y
que presagiaban una contienda bélica mundial. Séneca el Joven, cordobés, lo hacía desde su privilegiada atalaya de
senador, siendo testigo de la decadencia de la república romana, cuya sociedad
había abandonado los valores morales y éticos, gracias a un emperador y una
jerarquía que abrazaron la violencia y la crueldad como señas de identidad de
un imperio que había dado la espalda a su historia.
La guerra no
es un concepto estático. Está en continua evolución. Para Heráclito y Heidegger
la guerra se describe con el término polemos
(lucha). Para el primero, la guerra es “el padre de todas las cosas” (Howard,
Michael, 1987, La causa de los conflictos y otros ensayos, Ediciones Ejército,
p 36); para el segundo polemos (guerra)
y logos (inteligencia) son lo mismo (Heidegger, M.
Introducción a la metafísica, Gedisa, Barcelona, 1993, p 63). Clausewitz dice
que la guerra es “un acto de fuerza para obligar al contrario al cumplimiento
de nuestra voluntad” (Von Clausewitz, De la guerra, Librodot.com, 2002, p 5);
el diccionario de la Real Academia de la lengua tiene en sus dos primeras
acepciones las de “Desavenencia y rompimiento de la paz entre dos o
más potencias”, y “Lucha
armada entre dos o más naciones o entre bandos de una misma nación”.
Además, incorpora otras como guerra
abierta, guerra a muerte, guerra de trincheras, guerra fría, guerra preventiva,
declarar la guerra... Como vemos, la guerra tiene muchos matices.
Con
el fin de la II Guerra Mundial, Estados Unidos y la Unión Soviética no
encontraron sentido a continuar con su unión militar, quizá porque ya no
existía la Alemania nazi de Hitler como ese enemigo común que amenazaba a todo
el globo. La llamada guerra fría
marcará las relaciones internacionales de las dos grandes potencias y de todo
el mundo durante 45 años, hasta que uno de los actores (la Unión Soviética)
pierde el estatus de Gran Potencia en el escenario internacional. Hasta
entonces, dos grandes bloques militares (y económicos) dominaron el mundo en permanente
tensión, y su enfrentamiento fue más allá del propiamente militar que, aunque
lo dominaba todo, alcanzó los niveles político, económico, tecnológico e
informativo.
Comunismo
contra Capitalismo, Occidente contra Oriente, el Pacto de Varsovia contra la
OTAN... desde los telegramas de Kennan y Nóvikov , la “batalla” se libraba en todos los campos.
Desde el punto de vista ideológico el bloque soviético implantaba una sociedad
sin clases sociales basada en la propiedad estatal de los medios de producción
donde la propiedad privada carecía de lugar; occidente cultivaba un régimen
económico fundado en la propiedad privada y en el libre mercado, donde el
control privado de los medios de producción por parte del individuo le procuraba
libertad y felicidad. Ninguno de los dos
bloques tomó acciones directas contra el otro, limitándose a actuar como ejes
de poder en el contexto internacional, generando aliados a los que financiaban
y premiaban por su apoyo. El KGB y la CIA protagonizaron, sin duda, estos momentos
de “alto voltaje”.
La
guerra fría, además, generó una
tensión constante, con miles de crisis, unas más importantes que otras, pero
que no fueron a más porque se quería evitar el estallido de una nueva guerra
mundial. Se desarrolló una carrera militar sin precedentes entre las dos
superpotencias. Las nuevas armas sirvieron para amenazar y prevenir nuevos
conflictos, aunque la amenaza de las armas nucleares estaba presente a diario.
La división no era sólo en los ejes Este-Oeste, sino que Europa estaba dividida
en dos, y partida por la mitad por el Muro
de Berlín que separaba a través de 155 km de perímetro la República Federal
de Alemania, el bloque occidental representado por la OTAN, de la República
Democrática Alemana, el bloque soviético representado por el Pacto de Varsovia.
La guerra fría llevó a la humanidad
al borde de la guerra nuclear, caracterizada por una tensión permanente sin precedentes que impedía atacar o defenderse
sin causar un buen número de pérdidas humanas. Se conformó durante (casi) la
mitad del siglo XX un orden mundial
bipolar, extendiendo su influencia más allá de la política y lo militar hacia
lo económico, el espionaje y la propaganda exacerbada. Ambas superpotencias
tuvieron en la carrera armamentística
una industria que fue soporte de sus economías, realizando altísimas
inversiones en armas y en infraestructuras militares. Las armas eran, por
tanto, una herramienta de disuasión política y fuente de riqueza económica.
La
caída del Muro de Berlín en 1989, y
la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en 1991 marcan el fin de la guerra fría y el abandono del paradigma
Este-Oeste. Desaparece el sistema bipolar político, económico y militar, y se
deja de utilizar la fuerza, las armas, la propaganda y el espionaje como
instrumentos políticos.
Sin
embargo, el fin de la guerra fría no significó el fin de la guerra, aunque
desciende considerablemente el número de conflictos armados entre 1990 y el año
2000 (56 conflictos armados en 1990; 68 en 1992; a partir de esta
fecha los conflictos van disminuyendo paulatina y continuadamente) . Es el periodo que ha venido a denominarse como pos guerra fría. La crisis yugoslava (1991-2001), la intervención
de la OTAN en Kosovo (1999) y los atentados del 11-S en Nueva York conforman,
quizá, los hitos más importantes de esta nueva etapa que se caracteriza por una
coexistencia pacífica de los actores
polares (se acaba con el bipolarismo hegemónico). Por otro lado, la
desproporción de fuerzas militares y políticas hace que tanto los conflictos
armados como las guerras tengan el concepto de asimétricas, siendo, unos, conflictos internos en contextos muy
inestables y, otros, globalizados en un
contexto de terror internacional donde son importantes las bajas civiles. Estos
conflictos enmarcados en la pos guerra
fría son premonitorios, además de preparatorios, para lo que ha venido a
llamarse nuevas guerras, donde el
Derecho Internacional, penal o humanitario, no tiene implantación alguna, donde el principio de proporcionalidad no existe, donde se utilizan
armas prohibidas o limitadas y se desarrollan métodos de combate no autorizados
por los tratados. Para Rafael Grasa, desde finales de los ´80 del siglo pasado, existe una nueva tendencia
de los conflictos armados, donde la guerra clásica entre estados está en desuso
y donde la globalización juega un papel fundamental en el tablero
internacional. Las fronteras no se respetan y los actores son tanto estatales
como no estatales, donde la seguridad de los estados y de los seres humanos
está afectada seriamente. Además, aparecen nuevas formas de violencia organizada en
países donde el estado ha perdido el monopolio de la violencia legal; el reclutamiento
de niños y adolescentes, la economía de y desde la guerra y la aparición del
terror como estrategia e ideologización de la violencia desde lo étnico, tribal
o religioso lo singuraliza. Las amenazas que generan estas nuevas guerras devienen en conflictos internos, conflictos entre
estados, en terrorismo global, delincuencia organizada transnacional, guerras
NBQ y amenazas sociales y económicas, que pueden trascender hacia lo
transnacional desde lo local.
El
patrón de los conflictos armados se mide en diferentes variables, desde la multicausalidad
de su gestación hasta la pluralidad de actores que participan, pasando por
multidimensionalidad de factores y la diferente evolución de dichos conflictos
en el tiempo.
No
se les puede encasillar en las categorías tradicionales. Caterina García
afirma que en la primera década del presente siglo, el número de conflictos se ha reducido, además de
haberse disminuido el nivel de intensidad de los mismos, reduciéndose, también,
el número de muertos. Aumenta el número de civiles fallecidos, en una
proporción de 9 a 1 con respecto de los militares, así como los desplazados a
causa de estas nuevas guerras; el
porcentaje de guerras interestatales se merma con respecto de los conflictos
internos o civiles donde diferentes grupos de interés común articulados por
factores religiosos, étnicos o políticos protagonizan unas contiendas con,
además, alto contenido económico. Proliferan los señores de la guerra y caudillos locales, guerrillas insurgentes,
bandas paramilitares locales, grupos terroristas y crimen organizado, ambos con
conexiones transnacionales, con una fuerte tendencia a la “privatización” de
los conflictos armados a través de empresas militares y de seguridad. Las
causas de los conflictos se reducen a conflictos identitarios y económicos
vinculados al acceso a la explotación de los recursos naturales y los
instrumentos de combate se resumen en una violencia feroz organizada con
violaciones a gran escala de los derechos humanos. La naturaleza del
combatiente nómada aconseja el uso de armas ligeras y la guerra se financia
externamente en un sistema corrupto donde la conculcación de las leyes
nacionales (si existen) e internacionales es moneda de cambio. Si con el fin de
la guerra fría no desaparece la
inseguridad, el fin del mundo bipolar causa más inestabilidad e inseguridad en
el mundo, generando multitud de pequeños focos en conflicto repartidos por todo
el orbe. Rafael Grasa añade que los factores políticos predominan en estas
denominadas nuevas guerras, así como
una huida del territorio europeo como escenario del conflicto para instalarse
en África y Asia. La conflictividad armada tiene un eje sur-sur, con unas zonas
de turbulencia alta, con grandes dosis de violencia, con características de
ausencia de democracia (anocracias), economías muy débiles y una población de
fuerte estructura étnica y cultural .
En
este clima, los democidios están
a la orden del día. R.J. Rummel, el creador de este término, afirma que durante
el siglo XX el poder del gobierno ha asesinado a 262 millones de personas,
aproximadamente. Poderosas élites, valiéndose de la ignorancia y la pobreza de
sus compatriotas, han utilizado los gobiernos para, bajo el amparo de guerras
civiles, masacrar a la población por motivos religiosos, tribales o étnicos,
todo ello bien regado con matices económicos de gran calado.
En
la URSS fueron casi 62 millones de personas asesinadas hasta 1987; 35 millones
de personas en China; 6 millones en la Alemania nazi; 2 millones en Camboya;
1,6 millones en Vietnam; 1,1 millones en la extinta Yugoslavia. Rummel afirma
que cuanto mayor es el poder del estado, mayor será el democidio y se pregunta
en alta voz qué ocurrirá en este siglo, visto lo sucedido en el anterior, dado
que en las nuevas guerras tienen cada
vez menos predicamento los estados y mayor presencia los intereses particulares
(mercenarios) interesados. Desde mi punto de vista, la búsqueda de la seguridad
solo será posible en la medida en la que exista una jerarquía de leyes dentro
de un contexto democrático que respete los derechos fundamentales de una
población, y donde una institución internacional vigile el cumplimiento
estricto de lo que se debería considerar como mínimo legal exigible a cada
estado. Si bien no se ajusta al término definido or Rummel, podríamos
considerar como una variante del democidio a los desplazados: 51,2 millones de
personas viven fuera de sus hogares, dentro de las fronteras de su propio país
o como refugiados, por la guerra,
persecuciones, conflictos, violencia generalizada y violaciones de los derechos
humanos... un éxodo forzado que hoy día supera a los de la 2ª Guerra Mundial.
Siria, Palestina, República Centroafricana, Sudán del Sur, Congo y Mali aportan
una parte muy importante del total de personas que han tenido que huir por la
situación de guerra y conflicto armado en sus países; Paquistán, Irán, Líbano,
Jordania y Turquía acogen a gran cantidad de éstos amparados por la ONU y sus
diferentes agencias.
En
la medida que la violencia no está ejercida por los estados, resulta más fácil
y arbitrario conculcar los derechos humanos y los tratados internacionales. El
poder del estado bajo el yugo de la violencia y la guerra empobrece a toda la
población en beneficio de una élite que se enriquece agotando los recursos
naturales de un país y masacrando a todos aquellos que supongan un peligro para
sus fines. Si a esta situación le sumamos razones tribales, étnicas o
religiosas, tenemos la fotografía de las denominadas nuevas guerras actuales.
Vivimos
en un mundo peligroso donde proliferan ideologías extremistas, furias
nacionalistas y ambiciones imperialistas bajo un tinte económico común. Ninguna
guerra a gran escala, pero sí conflictos eternos en varias decenas de
contiendas locales y regionales que pueden alcanzar límites suprarregionales. Ucrania,
Colombia, el África Subsahariana (Malí, Congo, República Centroafricana,
Darfur, Sudán del Sur, Chad, Níger y Nigeria), Siria, Palestina, Afganistán,
Corea, Irak y Libia se reparten las actuales contiendas armadas donde los
motivos religiosos, étnicos, de vecindad, yihadistas, el narcotráfico y
civiles/tribales ponen en peligro la paz mundial.
Aunque
celebramos que la Unión Europea siga siendo el más exitoso experimento de
prevención de conflictos y guerras violentas, en una aproximación de lo que
Kant ya definió (Inmanuel Kant. La paz perpetúa. Tecnos. 1985. P 21) como federación de estados libres, el futuro
que se vislumbra sigue siendo oscuro, en conflictos, insisto, interminables,
donde la violencia es cada vez mayor y la conculcación de los derechos humanos
algo habitual. Por otro lado, fuera de estos lugares, el crimen organizado lo
globaliza todo, y el resto del mundo que, se supone, vive en paz, se acostumbra
a sucesos cada vez más violentos, en una espiral cada vez más complicada, sin
retorno, donde como espectadores vamos normalizando sucesos que cada vez
alcanzan mayor gravedad.
Sin
duda, mayor control internacional, mayor presencia de los estados libres en los
lugares donde se conculcan derechos y se practican democidios, unas naciones
unidas sometidas voluntariamente al imperio de la ley llevando la paz, incluso
con la fuerza si es preciso, será necesario para garantizar el libre y
democrático desarrollo de los pueblos.