Tahar Ben Jelloun publicó en El País el pasado 9 de Abril este interesante artículo que nos muestra cómo es el Estado Islámico y cómo es su interpretación del Corán. A través de él podemos entender cómo se interpreta el texto sagrado de los musulmanes y el peligro de su literalidad para los intereses de algunos.
¿Cuál es ese islam que da miedo? ¿De dónde viene? ¿Qué relación tiene con la realidad histórica y teológica? ¿Cómo se explica? No hay duda de que nos asusta, pues suscita preguntas, más aún al comprobar la fuerza con la que el terrorismo golpea en nombre del islam, donde y cuando quiere. Aunque la islamofobia sea real y preocupe a las sociedades europeas, solo es un aspecto más de la crisis desatada estos últimos años entre Occidente y una parte de Oriente.
El día en que un individuo que se hace llamar Al Bagdadi se autoproclamó califa, hace casi un año, y anunció la creación de un Estado Islámico con unas fronteras sin definir, ese día, se declaró la guerra a los musulmanes pacíficos, a los europeos y al resto del mundo. Nadie se tomó en serio su discurso. Nadie se puso a averiguar quién lo financia, quién le suministra tanto armamento, quién lo lleva hacia esa deriva cada vez más asesina. Se sabe que atracó los bancos de Mosul, que se apoderó de algunos pozos de petróleo y que vende el crudo en el mercado negro. Pero ello no basta para mantener un ejército y financiar a los grupos yihadistas procedentes de Europa y del mundo árabe.
Los musulmanes, como el resto del mundo, necesitan saber qué está pasando. ¿El comportamiento del Estado Islámico lo justifica el islam? ¿Es una herejía? ¿Es pura invención de Al Bagdadi, quien, tras haber pasado por las cárceles iraquíes, quizá quiera justificar su sed de mal y de poder para reinar sobre los musulmanes del mundo?
Cuando consultamos el Corán y algunas de sus interpretaciones, resulta evidente que el islam experimentó diversas fases de combate y de violencia, principalmente en sus inicios. Algunas aleyas [versículos de Corán] ordenan luchar con las armas hasta que el islam triunfe. Coinciden justo después de la hégira de Mahoma a Medina, en 622. El profeta tiene enemigos que no solo no creen en su mensaje, sino que intentan matarlo. La aleya 29 de la sura 9 [capítulo 9 del Corán] es clara, pero hay que leerla a la luz del contexto de entonces, y no del actual: “¡Combatid contra quienes, habiendo recibido la Escritura, no creen en Dios ni en el último Día, no prohíben lo que Dios y Su Enviado han prohibido, ni practican la religión verdadera, hasta que, humillados, paguen el tributo directamente!”. En esa misma sura, aleya 73, se dice: “¡Profeta! ¡Combate contra los infieles y los hipócritas, sé duro con ellos!”. Mahoma luchó contra sus adversarios, sobre todo contra los judíos de Medina y los adoradores de ídolos de piedra. El reconocimiento del mensaje divino siempre ha ido acompañado de dramas y tragedias. No hay más que ver la historia de las religiones. Pero aquello sucedía hace 15 siglos, en unas circunstancias y un contexto determinados, vinculados a la época en que las tribus de Arabia combatían entre ellas mucho antes de la llegada del islam.
El verdadero problema es que se invite al siglo VII a asentarse entre nosotros en la época moderna. Uno no puede desplazar los contextos y la historia a su antojo, según sus necesidades. En cambio, el Estado Islámico actúa como si los 15 siglos que nos separan de la aparición del islam hubieran sido borrados de un sablazo mágico.
Aunque minoritarios, algunos musulmanes son conscientes de la urgente necesidad de introducir reformas, de revisar algunos textos que son inaplicables y se han quedado caducos en el siglo XXI. Son musulmanes que están a favor del laicismo, de la enseñanza de los principios de tolerancia y respeto del diferente desde la infancia, que están a favor de los valores humanistas, y desean un islam sosegado, tranquilo y reservado a la esfera privada.
Pero esos combatientes movidos por el odio han hecho una lectura literal del Corán, tomando al pie de la letra lo que ha sido revelado. ¡Fuera metáforas, símbolos, distancia, inteligencia! Esa lectura estrecha y simplista, falsa en definitiva, es la que por desgracia se impuso desde el siglo XVIII, desde que Mohamed Abdel Wahab, un teólogo saudí, aplicó el dogma de la sharía, que ha dado lugar a ese islam rígido e integrista denominado wahabismo. Arabia Saudí y Qatar siguen ese rito.
¿Cómo puede atraer ese mensaje brutal del Estado Islámico a unos jóvenes europeos de cultura musulmana o conversos? Esa visión del islam y de sus promesas seduce a unos chicos de identidad poco consolidada que se imaginan que en ese combate hallarán su razón de ser y de vivir. El discurso y las acciones criminales de Al Bagdadi han sido posibles porque en la mayoría de los países musulmanes el sistema democrático y el Estado de derecho no están realmente establecidos; porque la sociedad occidental no ha dado una oportunidad a esos jóvenes de origen inmigrante, y ello ha facilitado que se sientan atraídos por la arriesgada aventura de la yihad; porque son percibidos como europeos de segundo orden y constatan que impugnar el sionismo y solidarizarse con los palestinos se considera antisemitismo; porque el discurso de los que los reclutan los convence, y suponen que han encontrado lo que les falta: una identidad que los reconforte y les dé seguridad. ¡Lo paradójico es que su razón de vivir los conduzca a morir como mártires con la promesa de un paraíso!
Algunos se van a Siria y a Irak por estos motivos, otros lo hacen por afán de aventura y por dinero. El Estado Islámico es rico y paga a sus combatientes con dinero contante y sonante. El islam se extravía entre esas consideraciones, y así podemos ver a mujeres de negro, tapadas de la cabeza a los pies, que reprochan a otras, también cubiertas de arriba abajo, que el manto que las cubre no sea lo bastante tupido… Y en nombre de ese islam nostálgico de sus primeros tiempos, el Estado Islámico ocupa la tercera parte de Irak y la cuarta parte de Siria. Es lo que la coalición internacional desearía evitar con sus bombardeos cada vez más intensos. Pero ahora ya sabemos que esas intervenciones no son eficaces y que la solución ha de llegar de los propios países musulmanes. Tardará en dar sus frutos, pero se podría empezar por pequeños y sencillos pasos, tales como revisar los manuales escolares, poner en práctica una pedagogía ambiciosa para luchar de manera profunda y objetiva contra la ignorancia, contra esas desviaciones que llevan al terrorismo y a ese miedo absurdo al islam y a los musulmanes.
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