El pasado 27 de junio Loretta Napoleoni, reputada economista y analista italiana, publícó en El País un interesante artículo sobre las características del denominado Estado Islámico, aprovechando la "celebración" del primer aniversario de su creación. Para la autora, pragmatismo y modernidad son las señas características de este grupo terrorista, donde la pugna religiosa suní-chií también lastra bastantes de las presuntas convicciones.
Era de esperar que, con motivo del primer aniversario de la creación del Califato, el 29 de junio, sus seguidores cometieran algún acto terrorista. Y el modelo ha sido el mismo de los últimos 12 meses: varios atentados de naturaleza y escala distintas en Occidente y en Oriente. En Europa no es necesario un nuevo 11-S ni una nueva masacre de Atocha, basta con decapitar a un hombre en Lyon, “en nombre del Estado Islámico”, para causar el pánico entre la población. En Túnez funcionan mejor las matanzas de turistas, mientras que en Kuwait, Yemen y Arabia Saudí, la modalidad escogida es la de las bombas en mezquitas chiíes.
El motor detrás de todos estos atentados son las palabras dirigidas por el Califa hace un año a la población suní mundial: “Este es vuestro Estado, venid a construirlo y, si no, haced todo lo que podáis, estéis donde estéis, para apoyarlo”. Desde entonces resuenan en todo el mundo y hacen crecer el número de adeptos. Muchos han viajado al Estado Islámico para combatir al enemigo, y el mayor contingente procede paradójicamente de Túnez, el único país en el que laprimavera árabe ha triunfado. Pero también en Arabia Saudí, Yemen y Kuwait aumenta el número de jóvenes que desean incorporarse al EI, y de ahí los frecuentes ataques contra los chiíes en esos países.
A un año de su nacimiento, la capacidad de seducción del Estado Islámico es mayor que nunca. Un hecho preocupante que nos obliga a reflexionar sobre el porqué de sus éxitos.
Con unas fronteras flexibles, capaz de captar reclutas en el ciberespacio, interceptar comunicaciones por satélites y modificar nuevas armas, el Califato se parece más a Star Trekque al Afganistán del Mulá Omar y Osama bin Laden.
El Estado Islámico posee unas características que ningún otro gupo armado yihadista ha tenido jamás: pragmatismo y modernidad. El Califato sabe explotar los puntos débiles y los fuertes del enemigo. Una táctica napoleónica que, en 12 meses, le ha permitido extender sus fronteras, consolidar el territorio y convertirse en el icono indiscutible del movimiento yihadista mundial.
La dirección del EI conoce muy bien al enemigo, porque pelea contra él desde 2003. Los generales del Califato proceden del Ejército y de los servicios de inteligencia de Sadam Husein. Muchos fueron adiestrados por los occidentales al inicio de su carrera, durante la guerra entre Irak e Irán. Todos se quedaron sin trabajo tras la conquista de Bagdad, cuando Paul Brenner, el virrey del nuevo Estado, despidió en bloque al Ejército y la policía. Aquel fue el primer error. Aunque el Pentágono había sugerido solo una depuración, los aliados chiíes convencieron al vicepresidente norteamericano Dick Cheney de que echara a todos. En el vacío creado, Maliki, primer ministro hasta 2014, transformó el Ejército iraquí en un batiburrillo de milicias chiíes, y Al Zarqaui, el líder supremo de los yihadistas, se quedó con los mejores estrategas de Sadam Husein. Como consecuencia, en poco más de 10 años, la situación se ha ido al traste, el Califato combate con un ejército muy preparado, e Irak está en manos de bandas armadas de chiíes exaltados.
Jack Keane, uno de los artífices del refuerzo de tropas estadounidenses de 2007, está de acuerdo con este análisis. Coinciden también los norteamericanos que se encargaron de formar mandos y entrenar a los soldados en el uso de las armas más modernas. Muchos llevan años diciendo que el nuevo Ejército iraquí ha vendido en el mercado negro gran parte del arsenal bélico proporcionado por Washington. Se calcula que el coste para el contribuyente estadounidense ha sido de 42.000 millones de dólares, un dinero decididamente mal gastado.
El segundo error es pensar que los drones y la moderna tecnología de reconocimiento proporcionados por Estados Unidos bastan para que un ejército de incompetentes y corruptos pueda ganar la guerra. La conquista de Ramadi, a las puertas de Bagdad, lo confirma. Después de imponer el silencio en las redes sociales durante semanas, el EI tomó la ciudad por sorpresa durante una tormenta de arena que cegó a drones y satélites. Una oleada de atentados con bombas en carros de combate abrió un agujero en las defensas iraquíes y permitió a los yihadistas izar sobre los tejados la primera bandera blanca y negra. Los soldados iraquíes salieron corriendo, igual que el verano pasado en Mosul, y abandonaron uniformes y armas sobre el terreno.
Otra equivocación es pensar que la población del Califato no le da su apoyo porque se siente conquistada y oprimida por el enésimo poder dictatorial. En Palmira, una ciudad cuya riqueza está en las ruinas grecorromanas, las autoridades del Califato, después de ejecutar en público a los leales a El Asad, se han dedicado a garantizar las infraestructuras básicas —agua, electricidad—, pero también hospitales y escuelas, y han permitido a los comerciantes que vayan a Raqaa a abastecerse.
En los grandes centros conquistados en el último año, como Mosul, el Estado Islámico busca el favor de la población con una política de normalidad cotidiana y muestra una gran flexibilidad ante las exigencias de cada comunidad. En Faluya, en 2014, la bandera del Califato no se izó hasta semanas después, mientras negociaba las condiciones de gestión de la ciudad con los jefes tribales. Esa estrategia está dando frutos tanto dentro del nuevo Estado como en el exterior. Por ejemplo, para reclutar a mujeres musulmanas occidentales, se les ofrece una vida doméstica tranquila y una buena situación social al lado de un héroe yihadista, padre fundador del Califato. Para las que prefieren combatir, existe una brigada armada totalmente femenina, y para las que, como Sham, una médico maliense, desean seguir ejerciendo su profesión, hay ambulatorios y hospitales solo para mujeres.
Tanto en Irak como en Siria, el arma de captación más refinada del Estado Islámico es el aliciente nacionalista en contra de los regímenes dictatoriales chiíes y sus aliados occidentales. Por desgracia, Occidente no ha comprendido todavía que el fundamentalismo religioso ha sufrido una mutación genética. Quienes se dejan seducir por él se introducen de golpe en una experiencia única: la creación de la primera nación-Estado suní, la materialización de la utopía política musulmana. Por eso, para entender la capacidad del EI para atraer a hombres y mujeres en el exterior y obtener el consenso popular en su interior, deberíamos hablar de patriotismo, más que de terrorismo.
Un año después de su creación, el éxito del Califato y los fracasos de la coalición mundial en su contra están ligados a la novedad del fenómeno Estado Islámico, que a los que quieren destruirlo todavía les cuesta comprender.
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