En muchas ocasiones hemos oído hablar el poder que el dinero islámico ejerce en la zona y en el mundo. Más allá de las repercusiones macro económicas, existen muchas de índole micro que en este artículo de la web El Orden Mundial en el Siglo XXI se exponen de manera meridiana. Os invito a leerlo.
En la economía y las finanzas actuales a nivel global, el peso del sistema de mercado capitalista es abrumador. Sin embargo, y obviando los estados que todavía se rigen por un sistema económico socialista, otros medios de articular la economía y las finanzas viven una época de crecimiento y popularidad. Los estragos causados por la última crisis económica y el diseño del gigantesco entramado financiero global han provocado ciertos recelos en algunos sectores de la población en diversas partes del mundo. Por ello, otras maneras de entender y actuar en el ámbito financiero se extienden. Si en Occidente podríamos hablar de la banca ética como “tercera vía”, el mundo musulmán parece estar pivotando sobre lo que se conoce como banca islámica.
Esta banca, lejos de seguir las tesis de Adam Smith, actúa bajo las premisas de la shariao ley islámica. En una mezcla entre compromiso social y fe, las entidades adheridas a esta forma de entender la economía han experimentado en los últimos años un espectacular ascenso, y aunque de momento sólo reúnen un 1% de los activos financieros que circulan por el mundo – unos dos billones de dólares –, el peso que empieza a tener en algunos países musulmanes y sobre todo las perspectivas futuras sobre su desarrollo hacen necesario entender los esquemas mentales con los que actúa este mundo financiero paralelo.
Otra forma de entender la economía
El Islam es cerca de un milenio más longevo que el capitalismo moderno, por lo que en buena medida la economía islámica tiene un largo recorrido histórico. No obstante, hasta su resurgimiento en los años setenta del siglo pasado de la mano de la banca homónima, llevaba bastantes siglos relegada a la irrelevancia en la economía global.
La banca islámica, como decimos, se fundamenta en la sharia, todo un compendio de leyes que provienen del Corán y que regulan de manera general numerosos aspectos de la vida, abarcando desde las costumbres sociales a la política y la economía. En este sentido, existe una autolimitación ética en el funcionamiento bancario como consecuencia de la conformidad con las leyes islámicas, además de una aceptación cada vez mayor de algunos sectores sociales que agradecen poder practicar también la economía bajo los preceptos que ordena su religión.
La base del negocio es similar a la de la banca tradicional: recibir depósitos y conceder préstamos. Sin embargo, los parecidos terminan aquí. Todos los porqués de esa actividad divergen enormemente desde la concepción capitalista, resultando en un genuino sistema regulado por la religión. Tampoco hay que concluir que la banca islámica no persigue el beneficio. Al igual que cualquier otro negocio o actividad, intenta maximizar sus beneficios, solo que en este caso los límites de cómo puede y cómo no puede obtenerlos están más o menos definidos, ya que las únicas discusiones vienen dadas por distintas interpretaciones que se hacen de la ley islámica en relación a estos temas.
En primer lugar, la sharia prohíbe cobrar intereses – la usura o riba –, tanto para prestamistas como para aquellos que depositan su dinero en el banco. Desde el Islam no se concibe ni se aprueba que el dinero de por sí pueda crear más dinero – la premisa básica del funcionamiento bancario moderno –, por lo que la riqueza sólo puede provenir de actividades productivas y del trabajo real. Del mismo modo, la banca islámica tampoco puede invertir ni adquirir elementos financieros que reporten un interés, como la deuda pública. Sin embargo, la prohibición de la riba se elude con cierta facilidad. En la banca islámica, el dinero como tal no se presta – al menos desde la entidad al particular –, sino que el banco actúa de intermediario entre el cliente y el bien o servicio que este pretende adquirir. Así, ambos se ponen previamente de acuerdo sobre qué gastos de gestión va a llevar la operación – partida donde el banco obtiene el beneficio – y cómo va a sufragar dicho pago el cliente. Una vez resuelto esto, el banco compra el bien o servicio que el cliente desea para posteriormente vendérselo a plazos por la cantidad convenida. Para el caso de los negocios o empresas, las peculiaridades también son numerosas. Tanto el empresario como la entidad van a compartir beneficios o pérdidas en una inversión. Y es que bajo los preceptos de la ley islámica, al no poder cobrar intereses, los bancos financian una parte de la inversión, siendo correspondidos con los beneficios de la empresa en la misma proporción que su financiación. Con el tiempo el empresario podrá ir comprando la parte de la empresa que corresponde al banco, mientras tanto, la entidad rentabiliza su inversión con los dividendos. Lógicamente, y al hilo de lo comentado anteriormente, dicha empresa sólo puede dedicarse a una actividad que produzca riqueza real mediante el trabajo.
Sin embargo, tampoco vale cualquier actividad, por manual y laboriosa que sea. Aquí es donde entra el término halal, que refleja la adecuación de las actividades a la ley islámica. Bajo esta premisa, la banca islámica no puede financiar o colaborar con empresas o sectores económicos que contravengan la tradición musulmana y la sharia. Así, no se puede invertir en actividades que estén relacionadas con la fabricación de tabaco, la elaboración y distribución de alcohol, el juego, la pornografía, las drogas, la fabricación y venta de armamento y hasta la industria porcina. Todas ellas contravienen la voluntad de Alá, por lo que el buen musulmán debe estar alejado de ellas hasta en el ámbito financiero.
Otro concepto que tampoco escapa al control islámico es el de gharar. En la relación poco cordial entre Islam y el juego, esta idea tiene una importancia capital. Resumidamente, propugna que en una relación comercial, financiera para la cuestión que nos ocupa, no debe haber ningún elemento de incertidumbre o ambigüedad. En los tiempos recientes esto está orientado hacia los intereses variables. Dentro del sistema bancario capitalista, es bastante habitual que los intereses o rendimientos estén sujetos a algún indicador que fluctúa – tipos de interés especialmente –, haciendo variar la cuantía de la deuda, normalmente con perjuicio para el acreedor y con consecuencias potencialmente desastrosas. Es por ello que este tipo de dependencias de elementos variables están prohibidas en el Islam.
Por último, y relacionado con el gharar, encontramos la idea de maysir. Similar al concepto anterior, el maysir, que significa suerte, no permite jugar con el azar ni con el tiempo. En este sentido, impide las actividades que tengan relación con la especulación pura y dura – aquella por la que se compra algo únicamente para venderlo después a un precio mayor –, lo que saca a la banca islámica de numerosas y habituales actividades de los mercados financieros internacionales, especialmente en temas del llamado arbitraje y los mercados de futuros.
El último precepto a seguir es la evaluación de la solvencia en las inversiones o financiaciones que se van a realizar. Por lo general, la costumbre de esta banca es apoyar a empresas poco endeudadas con proyectos solventes. La lógica que siguen es que al ser más esta banca un socio inversor que un prestamista, como socio exigirá ciertas garantías para que la empresa vaya bien y ver recompensada su inversión. Al fin y al cabo de estos rendimientos y dividendos es donde obtienen buena parte de sus ingresos.
Por tanto, desde un punto de vista económico, la banca islámica se posiciona en una actitud conservadora pero enormemente sólida, ya que aleja de su actividad los mayores peligros de los mercados actuales como son las fluctuaciones y la especulación, dando peso a la economía productiva y real. Esta calidad de sus activos y la negativa a introducirse en arriesgadas empresas financieras es lo que le ha granjeado una notable popularidad en bastantes países musulmanes, además de un robusto crecimiento en los últimos años.
Éxito internacional
El origen de la banca islámica puede situarse, como modelo formal de negocio, en los años sesenta y setenta del siglo pasado en la zona del Golfo Pérsico. El abundante torrente de ingresos que durante aquellos años empezaron a obtener tanto los pequeños emiratos como Arabia Saudí, motivaron en buena medida el surgimiento de este modelo bancario en un intento por diversificar las inversiones en “petrodólares”.
Con los años, estas entidades, además del carácter ético acorde al Islam, han desarrollado productos financieros muy atractivos, y aunque no facturan sumas millonarias como muchos bancos comerciales, el modelo ha ido extendiéndose poco a poco a países musulmanes y no musulmanes. Así, ha acabado implantándose con cierto éxito fuera de Oriente Medio en países como Malasia e Indonesia – este último el país con más musulmanes del mundo –, para luego captar el interés de algunos bancos occidentales, que a su manera han desarrollado filiales o productos acordes a la sharia.
En la actualidad, aproximadamente unos 38 millones de personas son clientes de los bancos islámicos. Hipotecas acordes a la ley islámica o cuentas de ahorros para la peregrinación a La Meca son algunos de sus productos estrella. Bien es cierto que el perfil del cliente es de cierto estatus, acorde a los hombres de negocios y profesionales asentados de los distintos países arábigos y de la floreciente clase media malaya e indonesia. En este sentido, la penetración de la banca islámica en las clases populares musulmanas es todavía muy limitada, al igual que la de cualquier banco comercial no islámico. No obstante, ni mucho menos esto es un impedimento para su difusión.
A pesar de haber unos 300 bancos islámicos y 200 entidades afines más como fondos de inversión o aseguradoras, la concentración del capital es, también en este modelo bancario, considerable. Si antes dijimos que sus activos rondaban los dos billones de dólares, la mitad de estos se encuentran repartidos en 17 bancos, especialmente saudíes, qataríes, kuwaitíes y de los Emiratos Árabes. Sin embargo, una marca de esta casa es la difusión internacional del modelo. En 2012, cuando los activos sumaban billón y medio de dólares, el 60% de los mismos se encontraban fuera de la península arábiga y de Malasia e Indonesia. La reproducción de filiales y el interés de cada vez más entidades, musulmanas o no, de reproducir este modelo en otras partes del mundo está llevando a una auténtica descentralización geográfica de la riqueza islámica. Sin embargo, el poder tras estos activos está claro. Incluso tiene un acrónimo: QISMUT, o lo que es lo mismo, Qatar, Indonesia, Arabia Saudí, Malasia, Emiratos Árabes Unidos y Turquía. Entre entidades de esos países controlan algo más de las tres cuartas partes de los activos de la banca islámica global, si bien los dos pesos pesados de este negocio son Arabia Saudí y Malasia.
No obstante, tanto bancos como países con fuerte arraigo de este sector presionan para que las legislaciones de otros estados, adheridos o no al Islam, se abran a este tipo de inversión. Occidente, por un lado, y el África Subsahariana por el otro son sus dos focos de atención, además, cómo no, de seguir profundizando en los países musulmanes asiáticos. En el caso occidental buscan la liquidez y las grandes masas de capital que permanentemente necesitan destino y rentabilidad. Además, el propio diseño de la banca islámica impide que los capitales europeos y norteamericanos actúen como están habituados en los mercados occidentales, esto es, especulando y migrando constantemente. A pesar de ello, varios países europeos se han mostrado receptivos políticamente para que la banca islámica tenga cabida en su entramado financiero. Hasta en el aspecto bursátil ha calado; buena prueba de ello es la creación del Dow Jones Islamic Fund, formado sólo por compañías halal. Para el caso africano buscan la extensión a grandes poblaciones musulmanas en estados donde su presencia es minoritaria pero cuantiosa, caso de Nigeria, Kenia, Tanzania o Uganda, además de haber cierto desarrollo económico que permita la adhesión a este modelo bancario.
Un futuro prometedor.
Los informes del sector sacan pecho de sus cifras pasadas, presentes y futuras. No es para menos. La banca islámica creció entre 2009 y 2013 un 17,6% alcanzando 1,7 billones de dólares en activos. Así, este modelo ha conseguido vadear con notable éxito la crisis económica y financiera además de los desafíos presentes casi de manera permanente en Oriente Medio.
Las estimaciones más generales apuntan a que la banca islámica irá duplicando el valor de sus activos cada cinco años, un crecimiento exponencial que la situación actual del sector no parece desmentir. Si en 2013 el valor de las compañías de banca islámica estaba en 1,7 billones de dólares, en el 2018 rondarán los 3,4 billones, un crecimiento en el que los comentados QISMUT triplicarán su riqueza; sin embargo, el duopolio malayo-saudí no se romperá. Igualmente, el número de clientes a los que tienen previsto acceder para el 2018 se sitúa en unos 70 millones, una cifra no abrumadora puesto que en el mundo hay unos 1.600 millones de musulmanes pero sí representativa del crecimiento que se vive en el sector.
Sin embargo, los puntos más interesantes son los de índole político-económica. La banca islámica ya compra deuda pública; incluso el gobierno de Londres emitió deuda pública ad hoc para la banca islámica, los llamados “bonos sukuk”, un elemento financiero que lógicamente no reporta intereses sino dividendos. Al poco tiempo, Luxemburgo siguió la táctica británica con éxito al colocar 200 millones de euros en este tipo de bonos. Y es que hasta los países occidentales, habituados a las finanzas “clásicas”, se están adaptando al estilo de la banca islámica.
Igualmente, la banca islámica es y será una herramienta de control político. En especial para la península arábiga, donde las reservas de los fondos soberanos son cuantiosas y el poder de la banca de inversión y comercial tiene una notable importancia, el fortalecimiento de la banca islámica puede ser una forma de proyección de poder blando –económico– destinado al mundo musulmán, mientras la banca tradicional trabaja en la arena político-económica global y occidental. A cada escenario, la mejor herramienta. Incluso a nivel identitario esta banca es importante. La globalización, ejercida en buena parte unidireccionalmente – del mundo desarrollado/industrializado a la periferia – va cargada de unos valores que no tienen un alto grado de compatibilidad en los mapas mentales de algunas partes del mundo, incluyendo la economía. Así, la banca islámica puede actuar de contrapeso de algunas de las dinámicas económicas globalizadoras que se llevan produciendo a nivel global en las últimas décadas, especialmente en el ámbito “micro”.
No es casualidad que las potencias medias asiáticas – Arabia Saudí, Irán, Turquía, Indonesia o Malasia – estén interesadas en desarrollar y promover este modelo. Por un lado supone la reafirmación en su carácter musulmán y una oportunidad para despuntar económica y políticamente en un contexto regional, bien en Oriente Medio o en el sudeste asiático. La banca islámica será sencilla, pero no cándida.