viernes, 27 de marzo de 2015

Al Qaeda (AQ) vs. Estado Islámico (EI)

Existen grandes diferencias entre Al Qaeda y el denominado Estado Islámico. En este excelente artículo de Fernando Reinares publicado en El País el pasado 11 de Enero se explican algunas. 

Uno de los yihadistas que atentaron contra la revista Charlie Hebdo, Chérif Kouachi, aseguró el viernes, a una cadena de televisión francesa, haber sido “enviado por Al Qaeda en Yemen”. Por su parte, el autor del acto de terrorismo en el supermercado judío de Porte de Vincennes, Amedy Coulibaly, declaró al mismo medio de comunicación estar afiliado al Estado Islámico (EI). Kouachi y Coulibaly estaban relacionados entre sí. ¿Cómo dar sentido a esta aparente contradicción, dado que Al Qaeda y el Estado Islámico (EI) son rivales? ¿Qué puede sugerir respecto a la dinámica actual del yihadismo global y de su inherente amenaza terrorista?

Al Qaeda es una estructura terrorista global que, desde el inicio en 2002 de su proceso de descentralización, incluye tanto al núcleo central de la misma en Pakistán como a sus actuales cinco ramas territoriales fuera de ese país, concretamente en la Península Arábiga, el Magreb, el Este de África, Siria y el subcontinente indio. El Estado Islámico es, por su parte, la cuarta denominación consecutiva de una organización que inicialmente fue Al Qaeda en la Tierra de los Dos Ríos (AQTDR), fundada en 2004. Ha impuesto su dominio sobre amplias zonas de Irak y Siria, al tiempo que cuenta con alguna colonia fuera de las mismas.

Pero Al Qaeda y el EI son entidades que pugnan actualmente por la hegemonía del yihadismo global. Ello es así desde que, en abril de 2013, Ayman al Zawahiri desposeyera a la segunda de la condición de extensión territorial de la primera que ostentaba hasta entonces. Ahora bien, tanto Al Qaeda como el EI comparten la misma ideología, el salafismo yihadista, y fines, aunque discrepan en tácticas y en la secuencia temporal a lo largo de la cual deben alcanzarse estos últimos.

Como planteé en EL PAÍS el 6 de julio de 2014, la contienda entre la matriz de una urdimbre de terrorismo global existente y la de otra emergente es que ambas, mientras se esfuerzan por revertir la situación y consolidar ventajas respectivamente, tratan de conseguir apoyos en su común población de referencia, exhibiendo determinación y capacidad para ejecutar atentados espectaculares en o contra Occidente. En este contexto hay que referirse a la instigación de atentados terroristas en nuestras sociedades abiertas, por parte de musulmanes residentes en ellas, que la rama de Al Qaeda asentada en Yemen y el EI hicieron muy pocas semanas antes de lo sucedido en París.

En ese mismo artículo advertí igualmente sobre la posibilidad de que hechos consumados y llamamientos a la reconciliación dentro del yihadismo global conviertan en cooperación la actual rivalidad entre Al Qaeda y el EI. Pues bien, entre estos factores cabe subrayar que muchos yihadistas, en países occidentales, son renuentes a dar por descontada la división en el movimiento yihadista internacional y optan por actuar, al margen del tipo de vinculación que tengan o se atribuyan con Al Qaeda y el EI, como si la amenaza terrorista que ambas suponen fuese una y la misma.



Fernando Reinares es investigador principal de Terrorismo Internacional en el Real Instituto Elcano, catedrático de la Universidad Rey Juan Carlos y adjunct professor en la Universidad de Georgetown. Autor con Bruce Hoffman, de The Evolution of the Global Terrorism Threat (Columbia University Press


viernes, 20 de marzo de 2015

Justicia universal contra el Estado Islámico


Durante estos días, estamos siendo testigos de como se destruye una parte muy importante de la historia del mundo, del patrimonio de la humanidad. Como no sería capaz de expresarlo mejor que Baltasar Garzón y Dolores Delgado, reproduzco su artículo de opinión publicado en El País del pasado 4 de Marzo. 



La provocación del Estado Islámico (EI) a la conciencia de la humanidad es constante. Pretenden destruir todo aquello que conforma la civilización. Los valores y principios inherentes al ser humano y ahora también nuestro patrimonio cultural e histórico. Los cimientos de nuestra civilización. Se trata de la destrucción de legendarias obras que atestiguan nuestra historia: los restos artísticos de las civilizaciones asirias y sumerias. Las imágenes de una horda de bárbaros arramplando con obras del museo y la biblioteca de Mosul, al norte de Irak, bajo control del EI desde junio del año pasado, lo dicen todo.

A la realidad de los degollamientos, asesinatos masivos contra la etnia Al-Sheitaat, la venta de 300 mujeres yazidíes a sus militantes, toma de territorios, recursos naturales y la captura de jóvenes occidentales, el EI añade la necesidad de destruir la historia como una provocación más a Occidente. Como si de una conquista se tratase. Para ello, caen en la confusión más destructiva de idolatría por arte e historia. Hace cientos de años, cuando un toro alado sumerio dejó de encerrar para ningún creyente la evocación de un dios, aquella estatua dejó de ser imagen e idolatría para hacerse arte, pasado y patrimonio común de todos, al que no podemos poner precio. Pero aunque siguieran atrayendo la fe de un solo individuo, sería ilegítimo reducirlo a polvo. La idolatría está mucho más conectada con el creyente que con el objeto.

Por desgracia, no es nada nuevo. El máximo exponente de la ignorancia es destruir lo que no se entiende, transformándolo en violencia y brutalidad. En nuestra memoria quedan los bombardeos talibanes contra los colosales Budas de Bamiyán en Afganistán, que trataron de asesinar la memoria de la milenaria expansión del budismo a través de la Ruta de la Seda. Fue el mismo destino que sufrieron cientos de santuarios y pagodas camboyanas con el paso destructor de los Jemeres Rojos que, si bien respetaron los templos de Angkor como fuente de orgullo nacional, procuraron borrar gran parte de la identidad camboyana. Sin embargo, las legendarias llanuras de Mesopotamia han resultado especialmente damnificadas por los ladrones de tesoros, saqueos de archivos y sustracciones de piezas arqueológicas. La guerra del Golfo, la subsiguiente guerra de Irak y ahora la locura descontrolada de los militantes del EI se empecinan en borrar todo vestigio del pasado.

Lo que debe tener claro la comunidad internacional es que con cada martillazo y cada golpe de taladro se está cometiendo un delito de trascendencia internacional perseguible universalmente. La jurisdicción universal también es aplicable en estos casos. Se trata de un compromiso expreso asumido por 126 países a través de la Convención de La Haya para la Protección de los Bienes Culturales en caso de conflicto armado. Este tratado fue aprobado el 14 de mayo de 1954 y lo ratificaron o se adhirieron un total de 126 Estados, entre ellos España y el propio Irak.

La jurisdicción universal, que permite a los tribunales nacionales investigar y juzgar ciertos crímenes sin atender a ningún tipo de conexión, ni el territorio donde se cometió ni la nacionalidad de víctimas o perpetradores, viene claramente contemplada en el artículo 28 de dicha Convención:

“Las Altas Partes Contratantes se comprometen a tomar, dentro del marco de su sistema de derecho penal, todas las medidas necesarias para descubrir y castigar con sanciones penales o disciplinarias a las personas, cualquiera que sea su nacionalidad, que hubieren cometido u ordenado que se cometiera una infracción de la presente Convención”.

Si las estatuas y resto de piezas del museo son bienes culturales de la humanidad tal y como confirma la UNESCO, y la Convención es de aplicación tanto en conflictos internacionales como internos, el compromiso de todos los Estados para perseguir y castigar a los perpetradores —sin que importe qué nacionalidad tengan— es irrenunciable.

La Convención fue matizada por dos protocolos. El segundo, aprobado en 1999, aclara algunas de las condiciones para ejercer la jurisdicción universal. Especifica cuáles son las violaciones graves, entre ellas, las destrucciones importantes en bienes culturales protegidos (como es el caso). También establece la obligación de los Estados de adoptar leyes que extiendan su jurisdicción universal a los casos en que el acusado se encuentre en su territorio. No obstante, Estados Unidos insistió en matizar que este mandato no se haría extensible a aquellos ciudadanos de Estados que no hayan ratificado el segundo protocolo. Desafortunadamente, Irak no lo ha hecho aún.

Ahora bien, si la lectura global de la Convención con sus protocolos no establece una obligación de perseguir universalmente, sí que deja la puerta abierta a que los Estados la apliquen voluntariamente. Y es que el protocolo segundo señala claramente que no se excluye el ejercicio de la jurisdicción basada en el derecho interno o el derecho internacional.

España ha decidido limitar sus competencias para perseguir crímenes internacionales y eso facilita la impunidad de estos actos de vandalismo internacional, a pesar de la ratificación de la Convención. Solo la interpretación pro actione propuesta por el Tribunal Constitucional en 2005 haría que esta inercia cambie de rumbo. La jurisdicción universal se presenta, una vez más, como una herramienta necesaria para luchar contra la impunidad, en este caso para combatir a aquellos que indiscriminadamente desean borrar nuestra historia y raíces para imponer una tabla rasa a su medida: la del integrismo, la tiranía, la violencia y la intolerancia.

Baltasar Garzón es jurista y Dolores Delgado es fiscal.

viernes, 13 de marzo de 2015

La evolución de la guerra y la violencia organizada



Entre la frase de Séneca “peor que la guerra es el temor a la guerra” y esta de Clausewitz “la guerra es la continuación de la política pero con otros medios” han pasado 1766 años. Y estas frases resumen, desde mi punto de vista,  la evolución de la guerra y de la violencia organizada. Clausewitz aporta desde el conocimiento, su experiencia de y en  las guerras Napoleónicas libradas en el ejército prusiano de Federico II El Grande, teniendo como referencia los movimientos revolucionarios que tuvieron lugar en Europa en el entorno de 1830 [1], y que presagiaban una contienda bélica mundial. Séneca el Joven, cordobés, lo hacía desde su privilegiada atalaya de senador, siendo testigo de la decadencia de la república romana, cuya sociedad había abandonado los valores morales y éticos, gracias a un emperador y una jerarquía que abrazaron la violencia y la crueldad como señas de identidad de un imperio que había dado la espalda a su historia.
La guerra no es un concepto estático. Está en continua evolución. Para Heráclito y Heidegger la guerra se describe con el término polemos (lucha). Para el primero, la guerra es “el padre de todas las cosas” (Howard, Michael, 1987, La causa de los conflictos y otros ensayos, Ediciones Ejército, p 36); para el segundo polemos (guerra) y logos (inteligencia) son lo mismo (Heidegger, M. Introducción a la metafísica, Gedisa, Barcelona, 1993, p 63). Clausewitz dice que la guerra es “un acto de fuerza para obligar al contrario al cumplimiento de nuestra voluntad” (Von Clausewitz, De la guerra, Librodot.com, 2002, p 5); el diccionario de la Real Academia de la lengua tiene en sus dos primeras acepciones las de “Desavenencia y rompimiento de la paz entre dos o más potencias”, y “Lucha armada entre dos o más naciones o entre bandos de una misma nación. Además, incorpora otras como guerra abierta, guerra a muerte, guerra de trincheras, guerra fría, guerra preventiva, declarar la guerra... Como vemos, la guerra tiene muchos matices.

Con el fin de la II Guerra Mundial, Estados Unidos y la Unión Soviética no encontraron sentido a continuar con su unión militar, quizá porque ya no existía la Alemania nazi de Hitler como ese enemigo común que amenazaba a todo el globo. La llamada guerra fría marcará las relaciones internacionales de las dos grandes potencias y de todo el mundo durante 45 años, hasta que uno de los actores (la Unión Soviética) pierde el estatus de Gran Potencia en el escenario internacional. Hasta entonces, dos grandes bloques militares (y económicos) dominaron el mundo en permanente tensión, y su enfrentamiento fue más allá del propiamente militar que, aunque lo dominaba todo, alcanzó los niveles político, económico, tecnológico e informativo. 

Comunismo contra Capitalismo, Occidente contra Oriente, el Pacto de Varsovia contra la OTAN... desde los telegramas de Kennan y Nóvikov [2],  la “batalla” se libraba en todos los campos. Desde el punto de vista ideológico el bloque soviético implantaba una sociedad sin clases sociales basada en la propiedad estatal de los medios de producción donde la propiedad privada carecía de lugar; occidente cultivaba un régimen económico fundado en la propiedad privada y en el libre mercado, donde el control privado de los medios de producción por parte del individuo le procuraba  libertad y felicidad. Ninguno de los dos bloques tomó acciones directas contra el otro, limitándose a actuar como ejes de poder en el contexto internacional, generando aliados a los que financiaban y premiaban por su apoyo. El KGB y la CIA protagonizaron, sin duda, estos momentos de “alto voltaje”.

La guerra fría, además, generó una tensión constante, con miles de crisis, unas más importantes que otras, pero que no fueron a más porque se quería evitar el estallido de una nueva guerra mundial. Se desarrolló una carrera militar sin precedentes entre las dos superpotencias. Las nuevas armas sirvieron para amenazar y prevenir nuevos conflictos, aunque la amenaza de las armas nucleares estaba presente a diario. La división no era sólo en los ejes Este-Oeste, sino que Europa estaba dividida en dos, y partida por la mitad por el Muro de Berlín que separaba a través de 155 km de perímetro la República Federal de Alemania, el bloque occidental representado por la OTAN, de la República Democrática Alemana, el bloque soviético representado por el Pacto de Varsovia. La guerra fría llevó a la humanidad al borde de la guerra nuclear, caracterizada por una tensión permanente sin precedentes que impedía atacar o defenderse sin causar un buen número de pérdidas humanas. Se conformó durante (casi) la mitad del siglo XX un orden mundial bipolar, extendiendo su influencia más allá de la política y lo militar hacia lo económico, el espionaje y la propaganda exacerbada. Ambas superpotencias tuvieron en la carrera armamentística una industria que fue soporte de sus economías, realizando altísimas inversiones en armas y en infraestructuras militares. Las armas eran, por tanto, una herramienta de disuasión política y fuente de riqueza económica.

La caída del Muro de Berlín en 1989, y la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS)  en 1991 marcan el fin de la guerra fría y el abandono del paradigma Este-Oeste. Desaparece el sistema bipolar político, económico y militar, y se deja de utilizar la fuerza, las armas, la propaganda y el espionaje como instrumentos políticos.

Sin embargo, el fin de la guerra fría no significó el fin de la guerra, aunque desciende considerablemente el número de conflictos armados entre 1990 y el año 2000 (56 conflictos armados en 1990; 68 en 1992; a partir de esta fecha los conflictos van disminuyendo paulatina y continuadamente[3]. Es el periodo que ha venido a denominarse como pos guerra fría. La crisis yugoslava (1991-2001), la intervención de la OTAN en Kosovo (1999) y los atentados del 11-S en Nueva York conforman, quizá, los hitos más importantes de esta nueva etapa que se caracteriza por una coexistencia pacífica de los actores polares (se acaba con el bipolarismo hegemónico). Por otro lado, la desproporción de fuerzas militares y políticas hace que tanto los conflictos armados como las guerras tengan el concepto de asimétricas, siendo, unos, conflictos internos en contextos muy inestables y, otros,  globalizados en un contexto de terror internacional donde son importantes las bajas civiles. Estos conflictos enmarcados en la pos guerra fría son premonitorios, además de preparatorios, para lo que ha venido a llamarse nuevas guerras, donde el Derecho Internacional, penal o humanitario, no tiene implantación alguna[4], donde el principio de proporcionalidad no existe, donde se utilizan armas prohibidas o limitadas y se desarrollan métodos de combate no autorizados por los tratados. Para Rafael Grasa[5], desde finales de los ´80 del siglo pasado, existe una nueva tendencia de los conflictos armados, donde la guerra clásica entre estados está en desuso y donde la globalización juega un papel fundamental en el tablero internacional. Las fronteras no se respetan y los actores son tanto estatales como no estatales, donde la seguridad de los estados y de los seres humanos está afectada seriamente. Además, aparecen  nuevas formas de violencia organizada en países donde el estado ha perdido el monopolio de la violencia legal; el reclutamiento de niños y adolescentes, la economía de y desde la guerra y la aparición del terror como estrategia e ideologización de la violencia desde lo étnico, tribal o religioso lo singuraliza. Las amenazas que generan estas nuevas guerras devienen en conflictos internos, conflictos entre estados, en terrorismo global, delincuencia organizada transnacional, guerras NBQ y amenazas sociales y económicas, que pueden trascender hacia lo transnacional desde lo local.

El patrón de los conflictos armados se mide en diferentes variables, desde la multicausalidad de su gestación hasta la pluralidad de actores que participan, pasando por multidimensionalidad de factores y la diferente evolución de dichos conflictos en el tiempo.

No se les puede encasillar en las categorías tradicionales. Caterina García[6] afirma que en la primera década del presente siglo, el  número de conflictos se ha reducido, además de haberse disminuido el nivel de intensidad de los mismos, reduciéndose, también, el número de muertos. Aumenta el número de civiles fallecidos, en una proporción de 9 a 1 con respecto de los militares, así como los desplazados a causa de estas nuevas guerras; el porcentaje de guerras interestatales se merma con respecto de los conflictos internos o civiles donde diferentes grupos de interés común articulados por factores religiosos, étnicos o políticos protagonizan unas contiendas con, además, alto contenido económico. Proliferan los señores de la guerra y caudillos locales, guerrillas insurgentes, bandas paramilitares locales, grupos terroristas y crimen organizado, ambos con conexiones transnacionales, con una fuerte tendencia a la “privatización” de los conflictos armados a través de empresas militares y de seguridad. Las causas de los conflictos se reducen a conflictos identitarios y económicos vinculados al acceso a la explotación de los recursos naturales y los instrumentos de combate se resumen en una violencia feroz organizada con violaciones a gran escala de los derechos humanos. La naturaleza del combatiente nómada aconseja el uso de armas ligeras y la guerra se financia externamente en un sistema corrupto donde la conculcación de las leyes nacionales (si existen) e internacionales es moneda de cambio. Si con el fin de la guerra fría no desaparece la inseguridad, el fin del mundo bipolar causa más inestabilidad e inseguridad en el mundo, generando multitud de pequeños focos en conflicto repartidos por todo el orbe. Rafael Grasa añade que los factores políticos predominan en estas denominadas nuevas guerras, así como una huida del territorio europeo como escenario del conflicto para instalarse en África y Asia. La conflictividad armada tiene un eje sur-sur, con unas zonas de turbulencia alta, con grandes dosis de violencia, con características de ausencia de democracia (anocracias), economías muy débiles y una población de fuerte estructura étnica y cultural [7].

En este clima, los democidios [8] están a la orden del día. R.J. Rummel, el creador de este término, afirma que durante el siglo XX el poder del gobierno ha asesinado a 262 millones de personas, aproximadamente. Poderosas élites, valiéndose de la ignorancia y la pobreza de sus compatriotas, han utilizado los gobiernos para, bajo el amparo de guerras civiles, masacrar a la población por motivos religiosos, tribales o étnicos, todo ello bien regado con matices económicos de gran calado. 

En la URSS fueron casi 62 millones de personas asesinadas hasta 1987; 35 millones de personas en China; 6 millones en la Alemania nazi; 2 millones en Camboya; 1,6 millones en Vietnam; 1,1 millones en la extinta Yugoslavia. Rummel afirma que cuanto mayor es el poder del estado, mayor será el democidio y se pregunta en alta voz qué ocurrirá en este siglo, visto lo sucedido en el anterior, dado que en las nuevas guerras tienen cada vez menos predicamento los estados y mayor presencia los intereses particulares (mercenarios) interesados. Desde mi punto de vista, la búsqueda de la seguridad solo será posible en la medida en la que exista una jerarquía de leyes dentro de un contexto democrático que respete los derechos fundamentales de una población, y donde una institución internacional vigile el cumplimiento estricto de lo que se debería considerar como mínimo legal exigible a cada estado. Si bien no se ajusta al término definido or Rummel, podríamos considerar como una variante del democidio a los desplazados: 51,2 millones de personas viven fuera de sus hogares, dentro de las fronteras de su propio país o como refugiados,  por la guerra, persecuciones, conflictos, violencia generalizada y violaciones de los derechos humanos... un éxodo forzado que hoy día supera a los de la 2ª Guerra Mundial. Siria, Palestina, República Centroafricana, Sudán del Sur, Congo y Mali aportan una parte muy importante del total de personas que han tenido que huir por la situación de guerra y conflicto armado en sus países; Paquistán, Irán, Líbano, Jordania y Turquía acogen a gran cantidad de éstos amparados por la ONU y sus diferentes agencias.

En la medida que la violencia no está ejercida por los estados, resulta más fácil y arbitrario conculcar los derechos humanos y los tratados internacionales. El poder del estado bajo el yugo de la violencia y la guerra empobrece a toda la población en beneficio de una élite que se enriquece agotando los recursos naturales de un país y masacrando a todos aquellos que supongan un peligro para sus fines. Si a esta situación le sumamos razones tribales, étnicas o religiosas, tenemos la fotografía de las denominadas nuevas guerras actuales.

Vivimos en un mundo peligroso donde proliferan ideologías extremistas, furias nacionalistas y ambiciones imperialistas bajo un tinte económico común. Ninguna guerra a gran escala, pero sí conflictos eternos en varias decenas de contiendas locales y regionales que pueden alcanzar límites suprarregionales. Ucrania, Colombia, el África Subsahariana (Malí, Congo, República Centroafricana, Darfur, Sudán del Sur, Chad, Níger y Nigeria), Siria, Palestina, Afganistán, Corea, Irak y Libia se reparten las actuales contiendas armadas donde los motivos religiosos, étnicos, de vecindad, yihadistas, el narcotráfico y civiles/tribales ponen en peligro la paz mundial. 

Aunque celebramos que la Unión Europea siga siendo el más exitoso experimento de prevención de conflictos y guerras violentas, en una aproximación de lo que Kant ya definió (Inmanuel Kant. La paz perpetúa. Tecnos. 1985. P 21) como federación de estados libres, el futuro que se vislumbra sigue siendo oscuro, en conflictos, insisto, interminables, donde la violencia es cada vez mayor y la conculcación de los derechos humanos algo habitual. Por otro lado, fuera de estos lugares, el crimen organizado lo globaliza todo, y el resto del mundo que, se supone, vive en paz, se acostumbra a sucesos cada vez más violentos, en una espiral cada vez más complicada, sin retorno, donde como espectadores vamos normalizando sucesos que cada vez alcanzan mayor gravedad.

Sin duda, mayor control internacional, mayor presencia de los estados libres en los lugares donde se conculcan derechos y se practican democidios, unas naciones unidas sometidas voluntariamente al imperio de la ley llevando la paz, incluso con la fuerza si es preciso, será necesario para garantizar el libre y democrático desarrollo de los pueblos.




[1] Revolución de julio en Francia; Independencia de Bélgica; levantamiento de noviembre en Polonia; revueltas liberales y nacionalistas en Italia; festival de Hambach en Alemania; los tradeunion en Reino Unido o las guerras Carlistas en España.
[2] En febrero de 1946, George Kennan, un diplomático destinado en Moscú, envió a Washington un despacho telegráfico de dieciséis páginas, conocido después como Largo telegrama, donde expuso fríamente la necesidad de contener el expansionismo soviético. Nóvikov, embajador soviético en USA contestó criticando la búsqueda estadounidense de la hegemonía mundial.
[3]. Rafael Grasa. RxPau. Cincuenta años de evolución de la investigación para la paz. Generalitat de Catalunya. Barcelona. 2010. Pp 56 y 57.
[4] Derecho Internacional Humanitario (DIH) entendido desde el Convenio de Ginebra de 1949 y sus protocolos adicionales, así como el Convenio de La Haya de 1907 y sus protocolos adicionales (1977).
[5] “Dos nuevas dimensiones de la seguridad internacional”. PPS Máster IUGM-UNED Paz, Seguridad y Defensa 2014.
[6] Las “nuevas guerras” del siglo XXI. Tendencias de la conflictividad contemporánea. Institut de Ciències Politiques i Socials. Barcelona. 2013.
[7] Rafael Grasa. RxPau. Cincuenta años de evolución de la investigación para la paz. Generalitat de Catalunya. Barcelona. 2010. Pp 64 y 65.
[8] Término definido por R.J. Rummel como el asesinato de cualquier persona o personas por un gobierno, incluyendo el genocidio, el “politicidio” y el asesinato en masa. http://es.wikipedia.org/wiki/Democidio