viernes, 24 de febrero de 2017

Trump y las relaciones internacionales de Estados Unidos.


Trump y su administración han ido lanzando píldoras de lo que será su mandato presidencial. Son muchos los asuntos de interés para propios y ajenos, pero sin duda las decisiones de uno de los países más importantes afectará a las agendas internacionales. Uno de esos asuntos tiene que ver con las relaciones internacionales y qué procedimiento utilizará Trump y su gabinete para relacionarse con aliados y potenciales enemigos. En este caso os dejo este interesante post de Andrés Ortega, publicado en noviembre del año pasado en el blog del Real Instituto Elcano pero que mantiene su vigor informativo hoy día. Seguimos hablando de Trump ... 

Trumpismo: bilateralismo. 

Tras los ataques terroristas del 11-S de 2001, se dijo que el mundo había cambiado porque EEUU había cambiado. Con cada presidente cambia. Con la elección de Donald Trump se puede decir que el mundo ha empezado a cambiar antes incluso de que el nuevo presidente republicano se instale la Casa Blanca. Ronald Reagan fue el presidente del neoliberalismo; George Bush padre, el del fin de la Guerra Fría; Bill Clinton, el globalista; George Bush hijo, que en principio iba a ser el del aislacionismo, se convirtió en el del momento unipolar y unilateral; y Obama fue el de la transición hacia un mundo multipolar. Trump puede ser el presidente de un cierto repliegue y de la bilateralización de EEUU. Pero, el mundo cambiará menos que antes, dado el auge de los emergentes, con China a la cabeza. EEUU manda, pero ya no tanto como antes. Si deja de ser la “potencia indispensable”, como la llamó en 1998 la entonces secretaria de Estado Madeleine Albright, EEUU perderá peso.

El lema de Trump de hacer “América grande de nuevo” (Make America great again), pues nunca ha dejado de serlo, no sólo por el poder de EEUU como Estado, como república imperial, como la calificara Raymond Aron, sino también por el tamaño e influencia de algunas de sus empresas, como Google, Apple y Amazon, aunque ahora cuenten con competencia.

Quizá lo más significativo de la visión de Trump de America First (“América Primero”) sea –como ha desgranado en videos en YouTube (de nuevo, su uso de las redes sociales) y en su conversación con The New York Times (aunque la parte de política exterior fue off the record) sobre lo que serán sus primeros 100 días –que denunciará el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP en sus siglas en inglés) para reemplazarlo por acuerdos bilaterales con cada país. El bilateralismo puede ser su marca. Es, en parte, una respuesta a su electorado de clase obrera y media baja, que quiere ver que algunas industrias vuelven a EEUU (aunque no dice que retornarían, de hecho han empezado ya a hacerlo, altamente automatizadas, lo que no supondrá muchos puesto de trabajo). Y aunque Trump considere el TPP “un desastre potencial para el país”, denunciándolo, EEUU perderá apoyos y fiabilidad. De hecho, algunos de estos países están virando hacia China ante lo que puede significar Trump para sus intereses comerciales y de inversiones. Paradójicamente, el gran ganador de la victoria de Trump puede, al menos regionalmente, ser China. La confrontación con China, que Obama ha manejado con cautela, podría acabar definiendo la presidencia de Trump.

Con Rusia quiere entenderse, pues una prioridad de Trump es acabar con el terrorismo de Daesh (o Estado Islámico, EI) y su base territorial en Irak y Siria, y en esto hay coincidencia. Al acercamiento entre Washington y Moscú sobre Siria se opuso el Pentágono, algo que permitió insólitamente Obama. Naturalmente, esto puede tener consecuencias para Europa si Daesh pierde su territorio, se transforma, sus combatientes extranjeros en la zona regresan a sus países de origen o logra más simpatizantes locales en el Viejo Continente. Sí está claro que Trump no se propone reconstruir Estados, hacer nation-building: “No creo que debamos ser un constructor de naciones”, le dijo al equipo editorial de The New York Times. Pero tampoco Obama lo ha hecho.

Trump se propone transformar la OTAN para que los europeos hagan más por su propia defensa. De hecho, en la neutral Suecia se ha abierto un debate sobre si el país debe ingresar o no en la Alianza Atlántica, como propone uno de los partidos de la actual coalición gubernamental, el moderado (conservador), en contra de la falta de entusiasmo del ministro socialdemócrata de Defensa Peter Hultqvist. Pero no es seguro que toda Europa, aunque sí Alemania, quiera y pueda en tiempos aún de austeridad gastar más en defensa.

Hay dos acuerdos que Trump se podría replantear. Uno es el nuclear con Irán, cuando, además, la estabilidad del régimen de Arabia Saudí está en entredicho, y los europeos han levantado las sanciones y muchas empresas y gobiernos corren a Teherán. Una postura dura por parte de Trump podría, además, reducir las posibilidades de que el aperturista Rohaní fuera relegido presidente de Irán en 2017. Pero, con o contra EEUU, Irán vuelve a exportar petróleo e importar tecnología. Sería otro motivo posible de tensión con Europa y, en este caso, también con Rusia y China. El segundo podría ser el acuerdo con Cuba.

Los primeros nombramientos o designaciones de Trump son gente dura, como el general Michael Flynn como asesor de Seguridad Nacional, Michael Pompeo para encabezar la CIA y el senador Jeff Sessions como ministro de Justicia/Fiscal General. Todos, en el pasado, se han mostrado partidarios de una cierta tortura a los sospechosos de terrorismo, de la vigilancia masiva (que también han practicado las anteriores Administraciones desde que pueden) y de las detenciones indefinidas. Esto puede alejar a la Administración Trump de los valores europeos que se oponen a la tortura, a la pena de muerte y a la facilidad para que los ciudadanos compren armas, entre otros.

No es aislacionismo, sino bilateralismo, y la muerte del incipiente multilateralismo y de un nuevo derecho internacional que lleva años paralizado salvo por el acuerdo, de nuevo cuño, de París sobre el Cambio Climático, el llamado COP21 o COP22 tras la reunión de Marrakesh. Trump ha dejado de momento en el aire qué hará al respecto, un tema al que está abierto a la reflexión, aunque no por ello dejará de levantar los límites de Obama a nuevas explotaciones petrolíferas o de esquistos en EEUU. De nuevo, puede haber una diferencia de valores al respecto con Europa.

Trump será más pragmático, menos basado en valores (éstos a veces entran en conflicto con el principio anterior), y querrá que el mundo se adapte a la visión que acabe teniendo de él. Aunque el mundo, y sobre todo China pero también Europa, está creando sus propias estructuras paralelas.

Como señala Robert Kagan, partiendo de que EEUU dejará de ser la “nación indispensable”, Trump tiene poco interés en que Washington lleve el peso del orden mundial, aunque quizá pueda cambiar de parecer una vez los briefings diarios de la CIA en el Despacho Oval –que en parte ya ha comenzado a recibir– y mucha otra información. Si bien, como mínimo, hará bueno el principio que se le adjudicó a la Administración Obama de “liderar desde atrás
”, es decir, con el mando a distancia. Puede que la ruptura de Trump con su predecesor sea menos drástica de lo que se pretende. Y que, al cabo, como ocurrió con Bush hijo, sean los acontecimientos a los que hay que reaccionar y la manera de hacerlo los que determinen la nueva presidencia.

viernes, 17 de febrero de 2017

Trump y el Cambio Climático

Un mes después de que Teresa Ribera firmara este artículo en El País, el entonces Presidente electo Donald Trump elegía al negacionista Scott Pruitt como jefe de la Agencia medioambiental de Estados Unidos. Conviene recordar lo que ésto significa. Mientras que medio mundo se prepara para los efectos del Cambio Climático y trabaja en su adaptación y mitigación, Estados Unidos parece dar la espalda a tan importante asunto.

Trump y el cuento chino del Cambio Climático. 

La peor parte se la llevan los americanos y quienes, en países pobres y vulnerables, confiaban en una financiación solidaria contra el calentamiento global. 


Recordaba Nicholas Stern hace apenas diez días con ocasión del décimo aniversario de la publicación de su Economics of climate change que el impacto económico del cambio climático es mucho más grave del que inicialmente consideró y que sólo disponemos de diez años para darnos la oportunidad de cambiar la tendencia de forma efectiva. Mucho trabajo revolucionario en la sombra que empieza a fraguarse en foros muy diferentes y para el que la hipótesis de una parálisis inducida por el miedo al mandato Trump sería el peor de los enemigos.

Es decir, la llegada de Trump a la Casa Blanca ya ha tenido una primera consecuencia negativa de gran calado: incertidumbre. En un momento especialmente frágil, en el que comienzan a asentarse las bases para la transformación revolucionaria de nuestro modelo económico para hacer compatibles prosperidad y clima, la incertidumbre es un mal enemigo. En campaña, Trump se ha burlado de manera reiterada del cambio climático, despreciado a la comunidad internacional e insultado de forma reiterada a quienes, junto con Obama, han facilitado una era de entendimiento y colaboración cuyo fruto más evidente ha sido el Acuerdo de París.

A partir de ahora, nada bueno en particular, algunas dificultades adicionales y mucho menos margen para ir contra corriente del que, a priori, imaginamos. La peor parte se la llevan los americanos y quienes, en países pobres y vulnerables, confiaban en una financiación solidaria que, probablemente, no llegue a materializarse. Es dudoso, sin embargo, que logre hacer naufragar la cooperación internacional en materia de clima y transición energética.

En todo caso, eso no depende de él sino de la reacción del resto. Y, afortunadamente, el sentido económico, la demanda social y la estructura de cooperación ofrecida en París son aliados mucho más sólidos de los que teníamos hace 16 años cuando un prepotente y clima-escéptico Bush anunció que no ratificaría Kioto y velaría porque sus socios no cometieran errores. Kioto entró en vigor y Bush se vio forzado a tomar algunas medidas elementales en clima y energía, tanto en el terreno financiero como en el del diálogo político.

Es probable que Trump paralice las iniciativas federales de Obama, que intente facilitar la inversión en fracking, la actividad petrolera o la industria minera. Es, sin embargo, mucho más incierto que haya un interés masivo por parte de la comunidad inversora en abrazar proyectos muy intensivos en capital, socialmente contestados y con retorno incierto en el medio plazo. Y es seguro que alcaldes, gobernadores y una nueva generación de empresas con grandes inversiones detrás para facilitar soluciones renovables, eficientes y movilidad eléctrica se queden con los brazos cruzados llorando en casa cuando esto es, precisamente, lo que reclama el mundo y una buena parte de los ciudadanos americanos –incluido un porcentaje relevante de republicanos-.

Faltará, por tanto, un marco federal coherente, pero eso no impedirá la acción climática en otros niveles. Es más, esos otros actores americanos ganarán protagonismo político y encontrarán en el Acuerdo de París y su nueva propuesta de movilización más allá de los Gobiernos estatales un espacio mucho más rico para trabajar en alianzas internacionales que faciliten el aprendizaje compartido en esta nueva era de cambios.

En el ámbito internacional, existen tres incógnitas: ¿reducirá Estados Unidos sus contribuciones financieras en materia de clima?; ¿abandonará el marco jurídico internacional integrado por la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático y el Acuerdo de París?; y el cambio de posición de Estados Unidos, ¿generará un efecto emulación por parte de terceros o el naufragio del modelo de cooperación en curso?

Es más que probable un cambio de tendencia en los esfuerzos de solidaridad internacional. En aplicación de la máxima "americanos primero", puede haber recortes significativos en la financiación climática, con el consiguiente riesgo de que la indignación y el recelo hacia Estados Unidos resurja en terceros países, sobre todo en los más pobres y vulnerables. Quizás, en el medio plazo, esta actitud se corrija a la vista del interés comercial de bancos e industria americana por invertir en infraestructuras en economías en desarrollo.

No es tan fácil una retirada de Estados Unidos del marco multilateral de clima. La denuncia del Acuerdo de París debería esperar tres años y la denuncia de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (con la consiguiente retirada automática del Acuerdo de París, al haber sido concebido como un marco de aplicación de la Convención) entraña ciertos riesgos políticos para el propio Trump. De hecho, Bush no lo hizo cuando renunció a Kioto. Sí es probable la ausencia de posiciones constructivas como las defendidas activamente en la era Obama. Asistiremos a un abandono silencioso del barco, sin protagonismo positivo en otros foros financieros, industriales o geopolíticos y, en su lugar, aparecerán otros actores americanos cubriendo de forma segmentada –quizás caótica– el espacio liberado por el Gobierno federal. En el resto del mundo, echaremos de menos al Departamento de Estado, al del Tesoro y a la Casa Blanca, pero no hay que esperar necesariamente una estrategia automática de boicoteo.

Finalmente, falta por ver cómo reaccionamos los demás. Cada uno de los países firmantes del Acuerdo de París lo es por interés propio, por sentido económico y de desarrollo, por demanda social e industrial. La novedad más importante radica en la voluntad expresa de impulsar marcos de acción conjunta y compartir los riesgos del cambio. Si Estados Unidos se diluye, China no abandonará su estrategia, pero deberá decidir si quiere ocupar por sola o acompañada con otro actor global la posición de liderazgo que tenía junto con Obama o si se retira a sus cuarteles de invierno y se mantiene discreta en la escena multilateral. Es decir, el resto de la historia nos corresponde a los que no somos Trump, mucho más resilientes y convencidos que hace 16 años. Una retirada de EE UU, contrariamente al deseo "América vuelve a ser grande", deja un espacio que será cubierto por otros. ¿Cuento chino a partir de ahora?

viernes, 10 de febrero de 2017

¿Cómo fue la política exterior de Obama?


Recuperamos este artículo de Jon Faus publicado el pasado 15 de marzo de 2016 en El País con el fin de ir comparando los estilos presidenciales de los gabinetes del Presidente Obama y del Presidente Trump. En este caso nos ocupamos de los ejes de las relaciones internacionales del gabinete del ya expresidente Barack Obama. 


La doctrina exterior del Presidente Obama en 11 claves. 


Barack Obama ha estudiado la historia de Estados Unidos: sus aciertos y errores. Su política exterior se basa en un principio: actuar según los intereses estratégicos de la primera potencia mundial.
La revista The Atlantic publica en su último número un extenso artículo sobre la doctrina de Obama. El periodista Jeffrey Goldberg entrevistó en los últimos meses varias veces a Obama y sus asesores. Goldberg se sumerge en la mente del mandatario y esboza el perfil más completo sobre su visión en política exterior.
Estas son las claves:

1. Internacionalista e idealista

Obama sostiene que hay cuatro grandes teorías de política exterior: aislacionismo, realismo, intervencionismo liberal (que en EE UU se entiende como progresista) e internacionalismo.
Se define como un internacionalista idealista. Defiende la promoción de valores democráticos, pero con pragmatismo: “Para avanzar tanto nuestros intereses de seguridad como los ideales y valores que nos importan, tenemos que ser testarudos y actuar al mismo tiempo con un gran corazón, escoger y seleccionar nuestros lugares, y reconocer que habrá momentos en que lo mejor que podremos hacer es poner el foco en algo que es terrible pero sin creer que podremos solucionarlo automáticamente”.

2. Multilateralismo contra arrogancia

Obama defiende que otros países asuman más responsabilidad en vez de esperar que EE UU siempre tenga la iniciativa. El presidente no rehúye del liderazgo estadounidense. Dice que es imprescindible pero defiende que sea compartido: “El multilateralismo regula la arrogancia”.
3. Contra el “manual de Washington”Los abusos y errores del pasado explican la cautela de Obama: “Tenemos una historia en Irán, en Indonesia y Centroamérica. Así que tenemos que ser conscientes de nuestra historia cuando empezamos a hablar de intervenir, y entender el origen de las suspicacias de otra gente”.
Obama se distancia del llamado “manual de Washington” y lo que él denomina el “establishment de política exterior”, que define el consenso sobre las respuestas adecuadas a las crisis geopolíticas. El presidente lamenta que las respuestas de estos expertos suelen ser militares: “Cuando América está amenazada directamente, el manual funciona. Pero el manual puede ser también una trampa que puede llevar a malas decisiones”. Y añade: “En medio de un desafío internacional como Siria, eres juzgado duramente si no sigues el manual, incluso si hay buenas razones”

4. Orgulloso de la política con Siria

“Estoy muy orgulloso de ese momento”, dice Obama sobre sudecisión en septiembre de 2013 de dar a última hora marcha atrás a un plan de bombardeos contra posiciones del régimen sirio por el uso de armas químicas contra civiles. El presidente había asegurado que el uso de esas armas era una “línea roja” que alteraría su estrategia con relación al presidente sirio, Bachar el Asad.
Obama defiende que no atacar fue una “decisión correcta”. El principal motivo fue la percepción de que los ataques no podrían eliminar las armas químicas y la posibilidad de que El Asad saliera “fortalecido” por poder esgrimir que había sobrevivido y desafiado a EE UU.

5. El ISIS y la metáfora de Batman

Obama sostiene que el Estado Islámico no es una “amenaza existencial” para Estados Unidos. Compara al grupo yihadista, al que EE UU bombardea en Irak y Siria, con el Joker de la película de 2008 de Batman El Caballero Oscuro. Como el personaje de ficción, el ISIS “tiene la capacidad de incendiar toda la región” y “por eso tenemos que combatirlo”, ha dicho a sus asesores.

6. El error de Libia y los oportunistas

El presidente admite que la campaña de bombardeos en 2011 contra el régimen de Muamar el Gadafi “no funcionó” y que Libia es ahora un “desastre”. Defiende los motivos que llevaron a EE UU a participar, pero lamenta que otros países hicieran menos de lo prometido y se atribuyeran méritos inmerecidos.
Los denomina free riders, que en español podría traducirse como oportunistas. En esa categoría, sugiere, están Francia y Reino Unido por su papel en la campaña libia. El presidente explica que “tenía más fe en que los europeos, dada la proximidad de Libia, invertirían en el seguimiento” de la situación en el país tras la intervención.
En la entrevista, el presidente rechaza favorecer a Irán frente a su rival saudí, pero reniega de la percepción de los países del golfo Pérsico de que Teherán es el origen de todos los males de la región. Insta a Arabia Saudí e Irán a hallar una “forma efectiva” de compartir pacíficamente la región en una suerte de “guerra fría”.Obama se muestra muy crítico con Arabia Saudí, uno de los aliados estratégicos de EE UU en Oriente Medio con el que las relaciones se han enfriado en los últimos años. En conversaciones privadas, citadas en el artículo, deplora que haya financiado la propagación de visiones radicales del Islam y sostiene que “un país no puede funcionar en el mundo moderno cuando reprime a la mitad de su población”.

8. Cansado de Oriente Próximo, elogioso con Asia

Obama expone su hartazgo con el caos en Oriente Medio y por el hecho de que le haya consumido, a su pesar, tanta energía en política exterior, cuyo objetivo estratégico es dar prioridad a Asia.
Sobre Oriente Medio, afirma: “Tienes a países que están fracasando en ofrecer prosperidad y oportunidad a su gente. Tienes ideologías extremistas, violentas, que son propulsadas por las redes sociales. Tienes a países con muy pocas tradiciones cívicas, por lo que cuando los regímenes autocráticos empiezan a debilitarse, los únicos principios organizativos son sectarios”.
El presidente lo compara con otras regiones. “Contrasta esto con el Sudeste asiático, que todavía tiene grandes problemas -enorme pobreza y corrupción- pero está lleno de gente esforzada, ambiciosa, energética que están cada día desgarrándose para construir empresas, recibir educación, encontrar empleo y construir infraestructura”. La analogía la extiende a los jóvenes africanos y latinoamericanos: “No están pensando en cómo matar a americanos”.

9. Paciencia en América Latina

Obama defiende haber evitado la confrontación con la Venezuela de Hugo Chávez al principio de su mandato en 2009. La decisión se basó en la percepción de que Chávez, junto a otros líderes izquierdistas críticos con EE UU, “no era una amenaza” para Washington.
El presidente destaca que esa actitud pasiva ha apaciguado el antiamericanismo y ha aumentado la influencia estadounidense en Latinoamérica. Eso se debe también en parte, dice Obama, al restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Cuba anunciado en diciembre de 2014.

10. Realismo ante China y Rusia

Obama también es prudente sobre China. “Tenemos más a temer de una China debilitada y amenazada que de una China exitosa y creciente”, dice. El presidente cree que la relación con Pekín es el mayor desafío para Washington. Esgrime que si China mantiene su “crecimiento pacífico” será un socio para EE UU. Si China no satisface a su población, rehúye de su responsabilidad internacional y ve el mundo “solo en términos de esferas de influencia regional”, Obama ve un “potencial” conflicto con China y una mayor dificultad para abordar desafíos globales.

11. El temor del cambio climático

Preguntado por qué asuntos le preocupan más cuando ceda la presidencia en enero de 2017, Obama manifiesta una preocupación “profunda” por el cambio climático si sus efectos se acentúan. Alega que el calentamiento global es una “potencial amenaza existencial” para todo el mundo si no se actúa. Lamenta que no parece una amenaza inminente. Eso, esgrime, “repele la intervención de gobiernos”.

viernes, 3 de febrero de 2017

La era Trump ha comenzado

Cuando el pasado 11 de enero vimos a través de la televisión cómo el Presidente de Estados Unidos (en ese momento era Presidente electo) increpaba a Jim Acosta, corresponsal de CNN en la Casa Blanca, aumentó nuestra preocupación. Demasiadas cosas en tan corto espacio de tiempo de alguien que debería haber cambiado de actitud desde el 8 de noviembre del año pasado. La campaña terminó pero el Presidente número 45 de los Estados Unidos continuaba ( y continúa) desconcertando al mundo con sus actos y declaraciones. Es de esperar que hablemos mucho de Donald Trump. Mientras tanto, os dejo este post de Carlota García Encina publicado en el blog del Real Instituto Elcano el pasado 13 de enero. Sin duda la improvisación no está en el guión del equipo presidencial. Pero algunos guiones son demasiado previsibles. 

TRUMP: El espectáculo continúa. 

167 son los días que han pasado entre la hasta hace poco última rueda de prensa de Donald Trump, en julio del año pasado, y la del pasado 11 de enero del nuevo año. En julio “sólo” era el candidato republicano a la Casa Blanca y decidió dejar de contestar a las preguntas de los reporteros porque los medios de comunicación difundían “informaciones incorrectas”. Ahora es el presidente electo y ha construido su particular estilo de comunicación —accede a la gente sin filtros a golpe de tweet— que sin duda dejará huella en los futuros presidentes del país.

¿Es Twitter el nuevo bully pulpit digital? ¿Será la nueva manera de modelar la opinión pública y establecer la agenda de la Casa Blanca? ¿Cuándo habrá prestar atención a un tweet de Trump? Ya se han empezado a estudiar los posibles patrones de sus tweetsgracias a la reciente campaña electoral, durante la que ha repetido palabras como “great”, “failed”, “nasty”, “weak” y “winner”, así como la que se considera la expresión del año: “sad”. Pero esta “nueva” forma de comunicarse lo que ha dejado muy claro es que la relación del próximo presidente con la prensa va a ser más que tensa.

Es una de las pocas cosas que se sacaron en claro de la esperadísima rueda de prensa del magnate. Una rueda de prensa que fue políticamente un desastre, teniendo en cuenta los cánones más tradicionales, claro. Como de costumbre, salió poco preparado y sin ningún interés por responder a las preguntas de una forma directa. Pero como espectáculo fue brillante, incluso antes de que saliera al escenario. Toda la expectación estaba puesta en él aunque paradójicamente donde realmente estaba la noticia era en el Senado. Allí se llevaban a cabo las confirmaciones de nada menos que seis cargos de su gobierno, todas en el mismo día: Jeff Sessions, como fiscal general; Rex Tillerson, como secretario de Estado; Betsy Devos, como secretaria de Educación; John Kelly, como secretario de Homeland Security; Mike Pompeo, como director de la CIA; y como secretaria de transportes, Elaine Chao.

Para la prensa era imposible hacer un seguimiento de todas ellas, y menos cuando estaba convocada la ansiada rueda de prensa con el presidente electo. Ha sido una clara estrategia del equipo de Trump para desviar la atención sobre algunos de los nominados —aunque no es ni mucho menos una estrategia nueva en la política norteamericana—. Y también para acelerar la confirmación de los nominados a pesar de que muchos de ellos no han sido suficientemente investigados por posibles conflictos de intereses. Es curioso que mientras que en 2009 el líder republicano Mitch McConnell insistió en que antes de la confirmación de los nuevos cargos de Obama los seleccionados debían cumplir con todos los requisitos exigidos, incluidos una declaración de su situación financiera y un proceso de revisión ética, ahora no le parezca tan imprescindible.

Pero volviendo a la rueda de prensa de Trump, curiosamente uno de los momentos más interesantes fue precisamente cuando el futuro presidente no estuvo en el podio. Sheri Dillon, una de sus abogadas, explicó durante varios momentos por qué Trump no va a poner sus activos en manos de un “fideicomiso ciego” (blind trust). Se trata de una figura que existe en EEUU y que aparece cuando una autoridad pública cede a un tercero independiente su patrimonio para que lo administre. Dillon utilizó argumentos complejos y probablemente muchos de ellos correctos para explicar por qué van a evitar ese blind trust. Su aplicación implicaría, por ejemplo, la liquidación de los activos de Trump, quitar su nombre de hoteles y resorts… realmente algo impracticable, y por supuesto una opción no viable para el presidente electo. Pero Dillon fue incapaz de borrar la dudas que persisten y persistirán sobre posibles conflictos de intereses. No sólo Trump tiene activos en países extranjeros, sino que sus negocios en EEUU podrían verse afectados por leyes y regulaciones —de trabajo, medioambientales, políticas de inmigración—, y sus negocios seguramente recibirán préstamos de los bancos que su Administración quiere regular. Eliminar las dudas sobre los conflictos de intereses va a ser realmente complicado, pero para eso está la ética y el sentido común, dos elementos recurrentes para los anteriores presidentes norteamericanos.

Pero poco más se sacó en claro el pasado 11 de enero, aparte de que aprendimos algo más sobre unos memos de un ex agente de inteligencia británico, con las especulaciones sobre una serie de vídeos comprometedores de Trump que podrían explicar el apoyo de éste a Putin. Un gran espectáculo.