viernes, 24 de junio de 2016

La PESC de la Unión Europea



La Política Exterior y de Seguridad de la UE, que lleva muchos años desarrollándose, le permite expresarse y actuar con personalidad propia en la escena internacional. Actuando conjuntamente, los 28 países de la UE tienen más fuerza que si lo hicieran por separado.

El Tratado de Lisboa, de 2009, fortaleció la política exterior de la UE al crear el cargo de Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y  el Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE), el cuerpo diplomático de la UE.

Paz y seguridad

La misión de la Política Exterior y de Seguridad de la UE es:

  • mantener la paz y afianzar la seguridad internacional
  • fomentar la cooperación internacional
  • desarrollar y consolidar:
  • democracia
  • Estado de Derecho
  • respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales.
  • Diplomacia y asociaciones

La UE es un factor decisivo en asuntos como el programa nuclear iraní, la estabilidad en Somalia y en todo el Cuerno de África o la lucha contra el calentamiento del planeta. Su Política Exterior y de Seguridad Común, concebida para resolver conflictos y fomentar el entendimiento internacional, se basa en la diplomacia. Muchas veces el comercio, la ayuda humanitaria, la seguridad y la defensa desempeñan un papel complementario.

La UE, primer donante mundial de ayuda al desarrollo, tiene una posición privilegiada en la cooperación con los países en desarrollo.

El peso demográfico y económico del total de 28 naciones le confiere una gran fuerza. Es el primer bloque comercial del planeta y cuenta con la segunda divisa mundial, el euro. La tendencia a que las decisiones en política exterior sean comunes también le da mayor firmeza.

La UE mantiene asociaciones con los principales actores de la escena mundial, incluidas las potencias emergentes. Su meta es garantizar que las relaciones se basen en intereses y beneficios mutuos. La UE celebra cumbres periódicas con Canadá, China, la India, Japón, Rusia y Estados Unidos. Sus relaciones internacionales incluyen los siguientes ámbitos:

  1. educación
  2. medio ambiente
  3. seguridad y defensa
  4. delincuencia
  5. derechos humanos.
  6. Misiones de paz

La UE ha enviado misiones de paz a diversas zonas conflictivas del mundo. En agosto de 2008 impulsó el alto el fuego que puso fin a las hostilidades entre Georgia y Rusia y envió observadores para supervisar la situación (misión de observación de la UE en Georgia. Además, prestó ayuda humanitaria a las personas desplazadas por el conflicto.

En Kosovo ha desplegado una importante misión civil de policías, jueces y fiscales (EULEX) para colaborar en el mantenimiento del orden público.

Instrumentos de intervención

La UE no tiene un ejército permanente, sino que, en el marco de su Política Común de Seguridad y Defensa (PCSD), recurre a las fuerzas que los países miembros ponen a su disposición para:

  • operaciones conjuntas de desarme
  • operaciones humanitarias y de rescate
  • asesoramiento y asistencia en cuestiones militares
  • prevención de conflictos y mantenimiento de la paz
  • gestión de crisis, por ejemplo restablecimiento de la paz y estabilización al término de los conflictos.

Desde 2003, la UE ha llevado a cabo cerca de 30 operaciones civiles y militares en tres continentes, todas ellas de respuesta a crisis:
pacificación tras el tsunami en Indonesia
protección de refugiados en Mali y la República Centroafricana
lucha contra la piratería en las costas de Somalia y el Cuerno de África.

La UE desempeña un importante papel como garante de la seguridad.

Desde enero de 2007, la UE cuenta con la capacidad necesaria para emprender operaciones de respuesta rápida, con dos agrupaciones tácticas de 1.500 efectivos cada una. En caso necesario, puede activar dos operaciones simultáneamente. Las decisiones relativas al despliegue competen a los ministros nacionales de los países de la UE reunidos en el Consejo de la UE.
Relaciones más estrechas con nuestros vecinos: Política Europea de Vecindad

La Política Europea de Vecindad (PEV) rige las relaciones de la UE con 16 de sus vecinos del sur y del este.

Al sur: Argelia, Egipto, Israel, Jordania, Líbano, Libia, Marruecos, Palestina (denominación que no supone el reconocimiento de Palestina como Estado y se entiende sin perjuicio de las posiciones sobre el reconocimiento de Palestina como Estado), Siria y Túnez.

Al este: Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Georgia, Moldavia y Ucrania.

Concebida con el fin de consolidar las relaciones de la UE con sus vecinos, esta política ofrece:

  • asociación política
  • integración económica
  • mayor movilidad a las personas.

Al ampliarse la UE, los países de Europa oriental y el Cáucaso meridional han pasado a ser nuestros vecinos más próximos. Su seguridad, estabilidad y prosperidad nos afecta cada vez más. Para profundizar en las relaciones entre la UE y sus seis vecinos del este, en 2009 se puso en marcha una iniciativa conjunta. la Asociación Oriental. La cooperación con los socios del este europeo (Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Georgia, Moldavia y Ucrania) es un elemento esencial de las relaciones exteriores de la UE.

A raíz de las revueltas de la Primavera Árabe, en 2011, la UE relanzó la Política Europea de Vecindad para dar más apoyo a aquellos socios que emprendieran reformas favorables a la democracia, el Estado de Derecho y los derechos humanos. Se trata de fomentar en estos países un desarrollo económico integrador y la asociación con toda una serie de grupos y organizaciones en paralelo a las relaciones de la UE con los gobiernos.

Pero la UE también apoya a los países vecinos que afrontan conflictos y crisis. La UE es el principal donante de ayuda a las víctimas de la crisis en Siria, a quienes ha destinado más de 3.200 millones de euros desde 2011. También intenta ayudar a Libia en su difícil coyuntura política y de seguridad.

Además, la UE apoya de diversas formas las iniciativas internacionales por la paz en Oriente Medio. La UE es favorable a un acuerdo biestatal de convivencia entre un Estado palestino e Israel. La UE, la ONU, Estados Unidos y Rusia ("el cuarteto") colaboran para animar a ambas partes a alcanzar un acuerdo. Todos trabajan estrechamente con los socios regionales para hallar una solución pacífica al conflicto.

El programa nuclear iraní viene siendo uno de los principales focos de tensión internacional. El acuerdo alcanzado en noviembre de 2013 con la comunidad internacional fue un primer paso hacia la resolución del conflicto y representó un reconocimiento del papel de la UE en las conversaciones de paz en nombre de la comunidad internacional.
Asia y América Latina

La UE intensifica las relaciones con las agrupaciones regionales asiáticas y latinoamericanas. Con sus socios asiáticos, en rápido desarrollo, ha establecido "asociaciones reforzadas", acuerdos que combinan aspectos económicos, políticos, sociales y culturales. La UE también es firme partidaria de la integración regional en ambas zonas.


Toma de decisiones en la política exterior de la UE

El máximo órgano decisorio de la Unión Europea es el Consejo Europeo, que reúne a los jefes de Estado o de Gobierno de los 28 países. Se reúne cuatro veces al año para definir los principios y las directrices políticas generales.

La función de la alta representante es lograr la mayor coherencia de la política exterior y de seguridad de la UE. La alta representante preside la reunión mensual del Consejo de Asuntos Exteriores, a la que asisten los 28 ministros de Asuntos Exteriores de la UE. Asiste además al Consejo Europeo e informa sobre las cuestiones de política exterior.

La mayoría de las decisiones de política exterior y de seguridad requieren el consenso de todos los países de la UE.

El papel del Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE) es apoyar a la alta representante. Ejerce la función de servicio diplomático de la UE. Una red de más de 139 delegaciones y oficinas en todo el mundo fomenta y protege los valores e intereses de Europa.

Desde el 1 de noviembre de 2014, la italiana Federica Mogherini es la Alta Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad. 

viernes, 17 de junio de 2016

El denominado brexit y la actual crisis de la UE

José Antonio Sanahuja definió a finales de 2013 lo que él consideraba como las cuatro crisis de la Unión Europea[1]: La del proyecto económico capaz de llevar prosperidad, estabilidad y crecimiento a todos sus territorios y para todos sus habitantes, la de la experiencia federal de gobernanza democrática multinivel, la del mecanismo de solidaridad transnacional para la cohesión económica, social y territorial, y por último la crisis de la UE como actor global en un sistema internacional caracterizado por unos cambios súbitos y trepidantes. De la misma manera todos reconocen el gran éxito que supuso la implantación de una política económica y monetaria para el territorio UE que llevó fondos a buena parte del territorio de la CEE primero, y UE después. El gigante económico funcionaba, pero la Unión no despegaba políticamente. Sabedores de esta necesidad, los estados miembros después de convertir en realidad el mercado único europeo en 1992 con la Unión Económica y Monetaria[2], se proponen, además,  la construcción de lo que hoy es la UE a través del Tratado de Maastricht (Tratado de la Unión Europea, en adelante TUE) poniendo en marcha la integración política a través de los denominados tres pilares: las Comunidades Europeas[3], la PESC[4] y la cooperación policial y judicial en materia penal[5]. Pero a pesar de los avances en ciudadanía y gobernanza política, la dimensión política no acaba de llegar. Sin lugar a dudas las políticas nacionales de los diferentes estados no lo permitían. Después de las reformas de Amsterdam (1997) y Niza (2001) la UE sigue siendo una estructura de bajo perfil político que no es reconocida internacionalmente como actor global. Tan es así que en 2004, en Roma, se firma el denominado Tratado por el que se establece una Constitución para Europa, con el objetivo de dotar de armazón y configuración jurídico-política a una estructura eminentemente económica. El Parlamento Europeo aprueba dicho texto en 2005 y recomienda el refrendo por parte de los diferentes estados. Sin embargo, los noes a la Constitución Europea  de los franceses y holandeses hacen fracasar el proyecto. En una nueva vuelta de tuerca para buscar la efectiva unión política,  y bajo presidencia portuguesa, se acuerda el Tratado de Lisboa en 2007, que introduce numerosas reformas, sobre todo en lo referido a las competencias entre la UE y los estados miembros, intentando sustituir a la fallida Constitución europea. Pero la UE está cada vez más lejos de los ciudadanos y es con la crisis económica, a partir de 2008 fundamentalmente,  cuando incluso la estructura económica de la UE comienza a hacer aguas. Portugal, Irlanda, Italia, Grecia, Chipre y España ven como sus economías son “rescatadas”, en distintos niveles de importancia, al no cumplir con los objetivos de estabilidad aprobados para la zona euro[6].  Desde este momento, cuando lo económico sigue pesando más que lo político, se acrecientan las crisis en el seno de la UE, que a pesar de dotarse de mecanismos de negociación internacional únicos, ve cómo los intereses nacionales, franceses y alemanes sobre todo, predominan sobre la generalidad y el consenso de los 28. La falta de respuesta unitaria ante la insurgencia del DAESH o la crisis de los refugiados que la guerra de Siria provoca son algunas de las situaciones donde la UE no ha hablado con una única voz; unas veces por boca de algunos de sus integrantes, como Austria, República Checa o Reino Unido, y otras por el sistema de mayoría cualificada[7], el mundo ha contemplado como la todopoderosa UE dejaba a su suerte a cientos de miles de personas que huían del horror de la guerra, por ejemplo.
En este contexto surge el denominado brexit[8], que precede al también denominado grexit[9], y que se refiere a una hipotética salida del Reino Unido de la UE. El referéndum británico (también se celebrará en Gibraltar) sobre la permanencia o no en la UE se celebrará el 23 de junio de este año y ha situado las dificultades de la Unión en el top ten de la agenda internacional; no en vano el Presidente de EE.UU., Barack Obama, ofreció un acto público en Londres el pasado 22 de abril, donde recomendaba a los británicos votar por la permanencia en la UE[10]


Sin duda este referéndum viene en el peor momento para la Unión. Las relaciones entre Europa y Reino Unido (en adelante RU) han sido catalogadas, de siempre, como especiales. Podemos recordar que RU ingresa en la CEE en 1973, aunque sus pretensiones de ingreso se remontaban doce años antes; el Presidente De Gaulle lo fue paralizando (hasta en dos ocasiones) y tuvo que ser bajo la presidencia del también conservador George Pompidou cuando se desbloquea su entrada.  Los problemas surgen de manera inmediata y es un Primer Ministro laborista, Harold Wilson, quien llega al 10 de Downing Street bajo la promesa de un referéndum de permanencia en la antigua CEE. Curiosamente en aquella época los laboristas defendían la salida de la CEE y los conservadores la permanencia; hoy ocurre lo contrario. Este referéndum es ganado por el sí a la permanencia, pero los laboristas pierden las elecciones de 1979 y Margaret Thatcher,  una convencida de las ventajas económicas de la CEE, no así de las políticas, es elegida Primera Ministra. Hasta 1992, con el Tratado de Maastricht, no aparecen grandes problemas entre la CEE y RU. Es en este momento cuando los británicos consiguen varias cláusulas de exención, las denominadas Opting Out (opt-out)[11] que acrecientan una relación especialmente difícil entre RU y la UE. Recientemente el actual Primer Ministro, el conservador David Cameron, abrió lo que denominó “la fase formal” de la renegociación entre ambos aludiendo a nuevas negociaciones necesarias para defender “.../... la prosperidad económica y la seguridad nacional de Reino Unido”[12]. Sólo nuevos cambios, nuevas opt-out, en gobernanza económica, soberanía, competitividad e inmigración permitirán que los británicos voten por la permanencia en la UE. Sin embargo estas nuevas exenciones dañan seriamente la línea de flotación del actual proyecto europeo. RU entiende que la UE debe reconocer la existencia de varias monedas además del Euro, eliminar lo que considera excesivas regulaciones para hacer más competitiva su economía, más soberanía nacional y menos integración europea y, por último, reducir el libre movimiento de personas en la UE, incluso de los ciudadanos de los países miembros[13]. Es decir, acabar con la zona euro, dejar sin regulación el régimen económico y comercial de la UE y acabar con el sueño de una integración política al completo, diseñando una UE más soberanista aún donde se vuelven a restringir los movimientos migratorios, no ya a los refugiados, sino a los ciudadanos de los países miembros UE, negando a los recién llegados cualquier ayuda social o económica. Con estas medidas aprobadas, RU sería un país más que atípico dentro de la estructura UE, ya que el hecho de no ofrecer ayudas a los recién llegados aleja definitivamente la posibilidad de llegada de refugiados sirios; cualquiera elegirá algún otro país donde tenga una oportunidad para poder rehacer su vida. Con el reconocimiento de otras monedas[14] se aleja también para RU, y otros países que van a la zaga, la obligación de participar en rescates económicos de países miembros (Reino Unido no se ha involucrado en ningún rescate, especialmente adverso a los rescates portugués y griego). Y por último, como ya sabemos, RU quiere más peso de los parlamentos nacionales y menos peso del Parlamento Europeo. Es decir, insolidaridad en estado puro de un país que no ha renunciado a su carácter imperialista y colonialista, perdido hace tiempo, y que pretende recuperar a través de su especificidad económica, política y jurídica. Y por parte del resto de miembros de la UE se contemplan estas posibilidades como inaceptables ya que se reconocería que países miembros no formen parte del acervo político, cultural y de valores que la UE ha tenido desde su fundación. La integridad de la UE y sus principios y valores fundamentales estarían en vías de desaparición del frontispicio europeo.
Todos los analistas apuntan a que la nueva centralidad del euro ha sido la principal causa del nuevo alejamiento entre la UE y RU. También lo es el cambio del denominado eje Berlín-París-Londres que ha gobernado de facto la UE en los últimos años. Hoy es Berlín el que, en tanto locomotora económica europea, ha marginado a París y RU en la toma de decisiones sobre los aspectos económicos y políticos, pesando más los primeros lógicamente. Así, los euroescépticos se han ido alineando con RU como opción política pensando en una agrupación de intereses, pero RU, fiel a su historia, va a lo suyo; Reino Unido, hoy, está al margen de la agenda europea. Pero no podemos entender el brexit como un fenómeno aislado. La salida de RU de la UE puede iniciar un proceso de desintegración del euro y su zona. Diferentes firmas económicas de relevancia internacional están alertando “.../... del efecto dominó político en Europa como consecuencia de la salida de Reino Unido”[15]. Acompañando al partido conservador británico están los denominados movimientos populistas que ganan adeptos en diferentes países enarbolando la crisis como una realidad que impide que los autóctonos salir adelante ante el aluvión de ayudas que reciben los foráneos. Tal y como señala Alex Fusté, economista jefe de Andbank[16] “veo a un país con un gobierno de coalición anti austeridad, que es la nueva manera de autodenominarse euroescéptico”[17]. Alternativa por Alemania, el Frente Nacional francés, el Movimiento Cinco Estrellas italiano, los populistas de Podemos en España, el Partido de la Libertad en Holanda y conservadores y laboristas del propio Reino Unido son algunos de los ejemplos de nuevos euroescépticos que se suman a los históricos de Austria, Finlandia o los nuevos de Polonia, Hungría y República Checa. Un brexit provocaría una cadena de salidas de la zona Euro y de la UE, sin duda. Y mucha preocupación internacional.

Pero el brexit es poliédrico. Tiene más caras. Y una de las últimas en mostrarse ha sido la del apoyo financiero a favor y contra el referéndum. Según datos de la Comisión Electoral de RU[18] los grupos pro brexit han superado en donaciones (8,2 millones de libras) a los contrarios a la salida de RU de la UE (7,5 millones de libras).  Entre los primeros el dueño de CMC Markets o el famoso bróker Peter Hargreaves, que ha donado 3,2 millones de libras. Su razonamiento es que la UE pone demasiadas normas restrictivas a la estructura financiera londinense, la denominada City, limitando su voraz actividad; insisten, además, en que el proyecto económico de la UE es inviable, sobre todo después de los rescates financieros. Encontramos más pesos pesados de la economía entre los favorables a la permanencia en la UE, tales como los responsables de Airbus, Bloomberg y Price Waterhouse. Varios expertos financieros se preguntan cómo actuaría la City ante los imponderables surgidos de una salida de la UE, sobre todo en lo referido a los permisos para poder formalizar operaciones desde Londres hacia el resto de países UE y encontramos cómo alguna de estas firmas ya está abriendo sucursales en Amsterdam o Bruselas.
Tal y como indica Manuel Castells[19] asistimos a una crisis generalizada de las instituciones políticas de la que las de la UE no es ajena. Quizá, si cabe, más grave en Europa. Políticos e instituciones están al nivel de desconfianza de las instituciones financieras, ya que una gran parte de los ciudadanos piensa que se unen contra sus intereses, los que se consideran legítimos de la mayoría de ciudadanos. En un sistema como el europeo, donde se fraguó el denominado Estado del Bienestar, el concepto de contribuyente va más allá del meramente descriptivo. Es un concepto cultural que forma parte del acervo jurídico y moral. Pero quizá no haya sido suficiente con el hecho de generar un sistema progresivo donde nadie queda fuera del sistema. Las orientaciones políticas generan instrumentos distintos en función de las ideologías y en demasiados países, fundamentalmente los del sur de la UE, se ha jugado a desmontar lo instaurado con el fin de maquillar resultados y convertirlos en éxitos electorales. La UE debe ser un espacio político más temprano que tarde. Si hoy día no es el actor global que debiera ser, es por esa causa. Por esa razón el brexit es una oportunidad, como lo fue el grexit. La salvedad es que los británicos están demasiado acostumbrados a ir de farol permanentemente. Y ahora no tienen tanto resto con el que aguantar. Una salida de RU de la UE sería catastrófica para la Unión, pero sobre todo para Reino Unido.



[1] Las cuatro crisis de la Unión Europea. José Antonio Sanahuja. Anuario 2012-2013 de la Fundación Cultura de la Paz. Coordinadora: Manuela Mesa. Pag. 51. http://www.iaee.eu/material/Las_cuatros_crisis_de_la_UE.pdf
[2] Moneda única y Banco Central Europeo (sistemas europeo de  Bancos Centrales), libre circulación de capitales y convergencia de las políticas económicas de los estados miembros.
[3] Constituido por la Comunidad Europea (Consejo, Comisión y Parlamento Europeo), CECA y EURATOM. 
[4] Política Exterior y de Seguridad Común, establecida en el Título V del TUE y sustituyendo las disposiciones del Acta Única Europea vigente hasta ese momento.
[5] Cooperación en ámbitos de justicia e interior, establecido en el Título VI del TUE.
[7] El voto de mayoría cualificada es también la regulación de una minoría de bloqueo en el seno del Consejo en base al artículo 9C.3 y 9C.4. “.../...la mayoría cualificada se definirá como un mínimo del 55% de los miembros del Consejo que incluya al menos a quince de ellos y represente a Estados miembros que reúnan como mínimo el 65% de la población de la Unión.
La minoría de bloqueo deberá estar compuesta por al menos cuatro miembros del Consejo, a falta de lo cual se considerará alcanzada la mayoría cualificada.../...”.
[8] Acrónimo inglés de British Exit, referido a una hipotética salida de Reino Unido de la UE. http://www.lavanguardia.com/consejos-linguisticos/20151111/54439767932/el-termino-brexit-en-cursiva-y-con-minuscula.html
[9] Acrónimo inglés de Greece Exit, referido a una hipotética salida de Grecia de la UE.
[10] Obama advierte de que un “brexit” dañaría la relación comercial bilateral http://internacional.elpais.com/internacional/2016/04/22/actualidad/1461312194_862738.html
[11] En Reino Unido no se aplica la moneda única europea, el tratado de Schengen, la carta de los derechos fundamentales de la UE y tampoco el espacio europeo de libertad, seguridad y justicia. http://eur-lex.europa.eu/summary/glossary/opting_out.html?locale=es
[12] Cameron lanza la renegociación de la posición de Reino Unido en la UE. http://internacional.elpais.com/internacional/2015/11/10/actualidad/1447149568_979878.html
[14] Recordemos que, por diferentes causas, no forman parte de la zona Euro Bulgaria, República Checa, Dinamarca, Croacia, Hungría, Polonia, Rumanía, Suecia y Reino Unido.
[15] ¿Puede ser el brexit el principio del fin de la Eurozona? http://www.elmundo.es/economia/2016/04/26/571e7003268e3e676a8b45aa.html
[17] Ibídem nota 15.
[19] Manuel Castells: La crisis económica europea: una crisis política. http://www.europeg.com/files/Crisis%20de%20Europa.pdf

viernes, 10 de junio de 2016

El papel de la cooperación Sur-Sur en la seguridad alimentaria global.


La Cooperación Sur-Sur (CSS) es el intercambio de soluciones clave de desarrollo —saber, experiencias y buenas prácticas, políticas, tecnología y conocimientos técnicos, recursos— entre los países del Sur del mundo.
La Cooperación Triangular implica asociaciones entre dos o más países en desarrollo, junto con una tercera parte, por lo general un donante tradicional o una organización multilateral. 
La Cooperación Sur-Sur está jugando un rol más importante que nunca en la lucha contra la inseguridad alimentaria. La demanda global de soluciones de desarrollo  provenientes del Sur y probadamente efectivas está en su nivel más alto.
La CSS es un medio eficaz y eficiente para compartir soluciones de desarrollo y mejorar capacidades. La FAO juega un rol importante en la facilitación de la CSS para alcanzar la seguridad alimentaria, la reducción de la pobreza y una agricultura sostenible.
Sus esfuerzos se concentran en:
  • Facilitar el compartir e intercambiar soluciones de desarrollo, proporcionando apoyo y guía práctica para asegurar la alta calidad del intercambio de conocimientos (rutas de aprendizaje, viajes de estudios, capacitación e intercambios de corto, mediano y largo plazo).
  • Fomentar las redes y la gestión de conocimientos, conectando a proveedores y buscadores de soluciones del Sur (oferta y demanda), ampliando el intercambio de conocimientos y mejorando el aprendizaje mutuo entre una amplia gama de actores del Sur.
  • Facilitar el apoyo al más alto nivel político, incluyendo el diálogo sobre políticas y el intercambio entre los formuladores de políticas.
  • Fomentar un entorno favorable, movilizar asociaciones y recursos a nivel más amplio e incrementar la visibilidad del valor de la CSS.
La CSS juega un papel importante en cualquier campo de la geopolítica global actual.  


viernes, 3 de junio de 2016

¿Tenemos una Unión Europea en horas bajas?

A Europa le faltan pasos de gigante




En este artículo de Xavier Vidal Folch, publicado en El País el pasado 3 de abril,  se pone de manifiesto que, efectivamente, la Unión Europea vive una de sus peores crisis. Desde el fiasco de la Constitución Europea hasta hoy, se han sucedido diferentes escenarios que han marcado el caracter de una UE fuerte en lo económico pero cada vez más débil en lo político. La crisis económica y su afección en la zona Euro, la crisis de los refugiados, el brexit... Sin duda necesitamos reforzar la Unión Europea para seguir exportando valores, derechos humanos y democracia. Aquí os dejo el artículo. 



El paradigma europeo dio extraordinarios resultados durante 30 años, pero su trepidante éxito impuso también sus limitaciones

El motor europeo renquea. ¿Por qué? El esquema, paradigma o método de funcionamiento de la Europa comunitaria dio extraordinarios resultados durante al menos 30 largos años: desde la fase fundacional en los años cincuenta hasta el Tratado de Maastricht que en 1992 abrió el camino a la moneda única.

El sistema –llamado funcionalista—consistía en poner en común intereses concretos en asuntos muy tangibles, que supusieran emprender “pequeños pasos” comprobables hacia una mayor trabazón entre los socios, según deletreó la biblia del invento, la Declaración Schuman de 1950: una creciente vinculación explícitamente económica, y solo implícitamente política, para desactivar recelos nacionalistas.

El éxito más rutilante fue la creación de un espacio económico común articulado. Primero fue la puesta en comandita de las producciones del carbón y el acero (las bases de la industria de guerra, con el fin de impedirla) gracias al Tratado CECA de 1951. Pronto el experimento se amplió con carácter general instaurando una zona compartida para comerciar, el Mercado Común (Tratado de Roma, 1957). La Unión aduanera le añadió vertebración interna al establecer aranceles compartidos hacia afuera, la tarifa exterior común.

El éxito más rutilante fue la creación de un espacio económico común articulado. 

Distintas políticas de acompañamiento –la de Competencia, la agrícola, la incipiente de cohesión, la igualdad de género y salarial— a veces promovidas por vía jurisprudencial, iban redondeando ese espacio comercial. Hasta que culminó en el mercado interior, mercado único o Europa sin fronteras de 1993, diseñado por el Acta Única (1986/1987): el programa consistió en destruir una por una las distintas barreras no arancelarias (técnicas, fitosanitarias, de seguridad, jurídicas) que aún fragmentaban en doce mercados nacionales distintos el pretendido mercado común. Para desmontar esas regulaciones locales hubo que regular mucho, mediante más de 300 directivas. Y aunque la creación del euro arrancaba de motivaciones propiamente monetarias –sortear las turbulencias provocadas por la volatilidad del dólar después de los primeros años setenta--, la unificación monetaria también se concibió como la coronación de esa unificación comercial.

La secuencia inventada por Jean Monet y los otros fundadores era en apariencia simple. Un pequeño paso desencadenaba el siguiente, mediante un efecto palanca (“levier”): al extraer una cereza del cesto de las soberanías nacionales, se arrancaba imperceptiblemente la siguiente. Así que los avances, aparentemente liliputienses o inocuos, construían en realidad una secuencia de enorme alcance. Mediante esa secuencia, Europa, que tras la segunda guerra mundial no era más que un no-continente vencido, arruinado y dividido, surgía a mediados de los ochenta (al menos) como un actor mundial de primera magnitud.

Pero en su trepidante éxito se enroscaban también sus limitaciones. No es que el proyecto federal naufragase desde Maastricht y la (casi simultánea) reunificación alemana, porque continuó acogiendo a nuevos socios –duplicó su nómina de miembros—, compartiendo nuevas políticas y extendiendo su atractivo hacia el exterior. Pero precisamente al compás de todo ello, la lógica funcionalista del efecto desencadenante de sucesivos avances –huérfana de un mayor acompañamiento de convergencia política-- empezó a generar rendimientos inferiores. Costó mucho más que a cada paso le siguiera el que en buena lógica le debía continuar en la secuencia de la integración.

Los segundos pasos empezaron a ser más pequeños, o más débiles, o a fracasar. O sea, que los segundos pasos empezaron a ser más pequeños, o más débiles, o a fracasar. La libre circulación de capitales se estableció desde 1990, pero se dejó para más adelante la armonización fiscal. Los resultados fueron la permanencia de la competencia impositiva desleal (en el Impuesto de Sociedades: Irlanda, luego Chipre), distorsiones del mercado, la progresiva desfiscalización (del capital) que amenazaba la financiación del preciado “modelo social europeo” articulado en torno al Estado del bienestar. La muy minimalista armonización de la fiscalidad del ahorro/capital (mera obligación informativa mutua entre los Estados miembros) tardó catorce años (hasta 2003).

La aparición del euro en 2000 fue preparada por una fuerte política de cohesión territorial (entre 1985 y 1995 se duplicaron los fondos estructurales) que debían evitar las enormes disparidades regionales suscitadas por el ingreso de Grecia, España y Portugal y aproximar algo la eurozona a un “área monetaria óptima” y por una coordinación de las políticas presupuestarias (Pacto de Estabilidad, PEC, de 1997). Pero se olvidó el paralelismo propugnado en el Informe Delors de 1989 según el cual “la unión económica y la unión monetaria forman parte de un conjunto y deben realizarse en paralelo”.

La Unión necesita para sobrevivir un nuevo paradigma.

Ese automatismo mutuo, esa simultaneidad, ese enfoque global nunca se alcanzaron espontáneamente. Habría que esperar a la inminencia del abismo, a la Gran Recesión de 2008 para que se acordase la urgencia de establecer fondos de rescate (pues la crisis afectó a unos más que a otros, en los famosos e imprevistos “shocks asimétricos”), la unión bancaria, nuevos instrumentos para la política monetaria del BCE y la --siempre pendiente-- unión fiscal.

Prudencia presupuestaria. 

La política macroeconómica se empeñó en la prudencia presupuestaria, la ortodoxia fiscal, la disciplina del déficit y la deuda limitados (al 3% y al 60% del PIB, respectivamente) desde Maastricht y el PEC (y luego con las reformas de 2011 y el Tratado de estabilidad (2012). Pero la otra pata complementaria, la estrategia de crecimiento y empleo fue siempre la pata coja. Los ministros de Economía y Hacienda (“ecofines”), acogotados por la influencia del ordoliberalismo alemán y del Bundesbank boicotearon a fondo el Libro Blanco de Delors sobre crecimiento, competitividad y empleo (1993) –sobre todo, sus apuestas por la sociedad de la información, la revolución digital y la emisión de deuda europea para financiar grandes redes--; limitaron el alcance del Pacto por el Crecimiento y el Empleo (2012) impulsado por el retorno del socialismo francés; y diluyeron o ralentizaron las propuestas de los recientes informes de los cuatro (y cinco) presidentes, sobre unión fiscal, eurobonos, Tesoro y Hacienda comunes.

En cuestiones de libertades y seguridad, al achatarramiento de las fronteras internas de la Unión mediante la generalización de los acuerdos de Schengen (firmados en 1985, en vigor diez años después) le siguió una política mucho más débil de reforzamiento de fronteras exteriores (Frontex, tardía y débil), y una política de Interior limitada: una Europol constreñida, una cooperación policial-judicial archi-temerosa (hasta la euroorden de detención de 2002), una política común de visados lenta, y como ahora se constata, frágil.

Y en general, la estrategia de ampliación a nuevos candidatos (de los 6 fundadores hasta los actuales 28 socios) que se había simultaneado con la previa, paralela o inmediata profundización de las políticas, mecanismos y procedimientos de la Unión –a través de sucesivas reformas de los Tratados-- llegó a su techo de eficiencia con la última ampliación, al Este. La rebaja del ambicioso Tratado Constitucional (2004) fue su principal símbolo. Asediada por las oleadas migratorias (crisis de Siria y los refugiados), las tensiones centrífugas (Reino Unido), las pulsiones nacionalistas autoritarias (Polonia, Hungría), y las propias insuficiencias de sus grandes logros (eurozona), la Unión necesita ya, incluso simplemente para sobrevivir, pasos de gigante, no solo pequeños pasos. Un nuevo paradigma. ¿Quién pone el cascabel a ese gato?.